Habla
el investigador jesuita Guy Consolmagno: "muchos me dicen, voy a misa pero
no lo digas a nadie".
Fue
el primer miembro de una iglesia en ser condecorado, hace dos años, con la
Medalla Carl Sagan, el prestigioso premio a la divulgación científica asignado
anualmente por la Sociedad astronómica americana en memoria de uno de los más
conocidos astrónomos del siglo XX, pero a Guy Consolmagno, 54 años, jesuita, la
pasión por la comunicación la respiró desde pequeño, cuando vivía con la
familia en Detroit, Michigan, una pasión
que le acompaña aún hoy en su estudio en la Specola Vaticana, que dirige desde
el 2015.
Hijo
de un periodista, Consolmagno entró en la Compañía de Jesús a los 36 años,
justo en el momento en que su carrera de astrónomo estaba consolidada. Estudios
de ciencias planetarias en el MIT de Boston y PhD en la Arizona University: era
suficiente para que al brillante investigador se le ofrecieran varias
oportunidades, pero los designios inescrutables de una vocación religiosa le
llevaron primero a pedir un año sabático con el Cuerpo de Paz en África, y al
final la elección definitiva con los jesuitas.
“Cuando
te trasladaste a la Specola Vaticana ¿advertiste alguna ironía de parte de tus
colegas laicos?” le preguntó hace días Summer Ash, directora del departamento
de astronomía de la Columbia University en Nueva York.
“A
decir verdad, no. En realidad, la reacción más común era la pregunta: ‘¿Tu vas
a la iglesia? Yo también, ¿sabes? pero no lo digas a nadie’. De hecho, podría
hacer una lista de algunas de las figuras más importantes en el campo de la
astronomía que me han hablado de su fe. Diría que el porcentaje de personas que
acuden a la iglesia corresponde más a la cultura y a la educación de la que
proceden que a su profesión”.
En
la entrevista, publicada en el sitio del Smithsonian, el más grande organismo
museístico y educativo de Estados Unidos, Consolano explica sus estudios y la
relación fe-ciencia, también para deshacer prejuicios tan arraigados como, por
ejemplo, la presunta incompatibilidad entre ser científico y creer en Dios.
“En
último análisis, no se trata sólo de hacer ciencia, sino de por qué hacemos
ciencia. Cuando tenía 30 años me preguntaba: “¿Por qué hacemos esto? ¿Debemos
hacerlo por algo más grande que nosotros mismos y más grande que nuestra
carrera, o es sólo un trabajo como tantos otros?”.
Para
el jesuita es de fundamental importancia no tener miedo a hablar de las propias
convicciones con los compañeros de trabajo: no para hacer prosélitos, sino para
demostrar que uno puede ser científico o técnico y al mismo tiempo creer en
Dios e ir a la iglesia el domingo. Y al mismo tiempo, también dentro de la
misma iglesia hay que dar más visibilidad: precisamente porque uno es
cristiano, ama la ciencia y la investigación, ambos dones de Dios.
“La
teoría del Big Bang no es de hecho un modelo cosmológico de matriz atea, al
contrario. Suelo recordar que el Big Bang fue hipotizado al principio por un
sacerdote católico belga – Georges Lemaître – y me gusta decirlo. Muchos de los
grandes héroes de la ciencia fueron personas profundamente religiosas. De todas
las religiones, no solo de una”.
“James
Clerk Maxwell (el físico escocés que elaboró la primera teoría del
electromagnetismo) fue durante años mi héroe, y era un hombre profundamente
religioso, de fe anglicana. ¿Quién lo habría imaginado? Nunca se hablaba en esa
época, sencillamente porque no era necesario. La razón por la que el Vaticano
hoy tiene un Observatorio propio es la de demostrar al mundo que la Iglesia
promueve la ciencia, no lo contrario”.
Fratel
Consolmagno – uno de los mayores expertos en el mundo sobre meteoritos – promovió,
entre otras, la Astronomía Workshop: sacerdotes, diáconos y educadores
parroquiales son acogidos una semana en el Centro de investigación de Tucson,
en Arizona (el “Vatican Observatoty Research Group” fundado en 1981 como sede
separada de la Specola de Gastelgandolfo) y pueden dialogar con los astrónomos.
Estas personas vuelven después a sus parroquias o a su casa y cuentan su
experiencia.
“La
esperanza – augura el jesuita – es que a través de estas personas, la gente
aprenda que la astronomía es algo maravilloso. Y que el Vaticano promueve todo
esto. Porque no es verdad que haya que ser contrario a la ciencia para ser
buenos cristianos, todo lo contrario. Y esperamos que esto tendrá un efecto
multiplicador, ya veremos”.
“Hay
una razón más profunda – declaraba en el momento de su nombramiento como
director, hace dos años – el universo físico es la manera que Dios tiene de
comunicarse con nosotros. Dios se revela en las cosas que ha creado y nosotros
estamos llamados a estudiar las cosas que ha creado, para llegar a conocerle
mejor. Personalmente, cuando estudio el universo físico y la manera como
funciona, siento alegría, la misma alegría que siento en la oración: la
presencia de Dios”.
A propósito
de este artículo de Aleteia, os dejo un enlace magnífico sobre la
cantidad de intelectuales creyentes:
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