El
relato bíblico no es una descripción científica o una crónica de hechos ligados
a la creación divina. La teoría de un universo en expansión fue formulada por
un sacerdote católico demostrando que la ciencia y la fe son complementarias,
aunque autónomas
1.
La teoría de un universo creado y en expansión fue elaborada entre 1927 y 1931
por Georges Lemaître (1894-1966), sacerdote y astrofísico belga.
¿Quién,
en el siglo XXI, recuerda todavía que Georges Lemaître, sacerdote y astrofísico
belga, fue el inventor de la famosa teoría del Big Bang? Ahora ya es
desconocido y olvidado, a excepción de en Bélgica. Y sin embargo, fue él el que
elaboró un modelo relativista del universo en expansión (1927), formulando la
primera teoría cosmológica según la cual el universo primitivo y denso, entró
en expansión inmediatamente después de una explosión.
En
1922 redacta una memoria que se presenta como una síntesis personal de la
relatividad estrecha y general, titulada La física de Einstein. Estudiando, de
hecho, las ecuaciones del padre de la teoría de la relatividad, observó que el
Universo que surgía no podía ser estático, sino dinámico, de lo contrario toda
la masa habría acabado por colapsar sobre sí misma. En 1927, durante el periodo
de su cátedra en Lovaina, publica su artículo más importante, que impresionó
mucho a Albert Einstein, aunque en los primeros años, rechazará la teoría del
Padre Lemaître.
El
sacerdote llegó a sostener que en el origen, el universo debía estar
concentrado en un “átomo primordial” extremadamente caliente y terriblemente
condensado, que en seguida explotó y comenzó a expandirse creando galaxias y
después estrellas. La teoría de Lemaître fue en seguida llamada, irónicamente,
teoría del Big Bang en 1950 por el astrónomo británico Fred Hoyle, el cual
estaba a favor del modelo estacionario, según el cual el Universo es siempre
idéntico a sí mismo. A día de hoy, la comunidad científica es concorde en
considerar que el Big Bang sucedió hace alrededor de 13.700 millones de años.
Albert
Einstein quedó tan fascinado por esta exposición que se atrevió incluso a decir
que, “quien no sea capaz, ante la inmensidad y el esplendor del universo, de
experimentar en lo más profundo de su alma un sentimiento de admiración hacia
el Ser Superior, autor de todo esto, no es digno de ser llamado Ser Humano.”
Desde
el momento en el que el padre Lemaître hizo públicas sus teorías, en 1927,
algunos astrofísicos guiados por Fred Hoyle, comenzaron a criticar esta teoría
y a acusar al sacerdote católico de “concordismo”, es decir, de pretender
mezclar la aproximación científica con el fin de sostener las enseñanzas de la
Biblia.
2.
En 1965, el descubrimiento de la radiación fósil confirmó la gigantesca
explosión inicial del Big Bang. Desde aquel momento y tras un largo debate que
duró hasta 1980, la mayor parte de los científicos comenzó a adoptar la teoría
de Lemaître.
En
su teoría, el padre Georges Lemaître había imaginado que la gigantesca
explosión inicial del Big Bang debía haber dejado tras de sí un residuo de
energía, como una especie una radiación fósil. El mundo científico prestó poca
atención a esta idea, volviendo en cambio a concentrarse en la controversia en
curso.
Más
tarde, sin embargo, un americano de origen ruso, George Gamow, desarrolla la
teoría del padre Lemaître y calcula la que debería ser la radiación fósil
correspondiente. Su cálculo se basa en la radiación térmica emitida por un
cuerpo negro, en la temperatura de 5 Kelvin (en la gama de las microondas).
Con
gran sorpresa general, en 1965, Arno Penzias y Robert Wilson, investigadores de
la Bell Telephone Company y encargados de manejar los primeros radiotelescopios
descubren por pura casualidad la radiación fósil. Esta radiación fósil tiene la
temperatura de 2,7 Kelvin, y proviene de todas partes del universo.
Fue
Odon Godart quien comunicó al padre Lemaître, unos días antes de su muerte, la
noticia del descubrimiento de la radiación fósil, que él había elegantemente
rebautizado como “el fulgor desaparecido desde cuando fueron creados los
mundos”.
Lemaître
había sido llevado al hospital dos semanas antes, enfermo de leucemia. El autor
de la teoría del Big Bang dijo sencillamente: “Ahora estoy contento, ¡al menos
tenemos la prueba de ello!”. Esta prueba
les valió un Premio Nobel a Robert Wilson y Arno Penzias.
Además,
en 1929 el astrofísico estadounidense Edwin Powell Hubble había descubierto que
el cosmos no es estático y eternamente igual, sino que, al contrario, las
galaxias se alejan unas de otras a velocidad creciente.
Pero
la oposición a la teoría del Big Bang continuó entre 1950 y 1980, sobre todo
porque había sido descubierta y sostenida por un sacerdote. La tormenta se
aplacó sólo a partir de 1980, y a día de hoy, la mayor parte de los científicos
reconoce esta teoría como válida.
3.
La Biblia no es un tratado científico, pero a pesar de ello la explicación que
ésta proporciona sobre el origen del universo no está en contradicción con los
más recientes descubrimientos científicos.
En
1958, hablando de la teoría del Big Bang, el padre Lemaître explicó que el
papel de la ciencia y el de la Biblia en la explicación del origen del universo
son diferentes: “personalmente considero que la hipótesis queda totalmente
fuera de toda cuestión metafísica o religiosa. Ésta permite al materialista
también negar a cualquier ser trascendente. Para el creyente, ésta […] está de
acuerdo también con los versículos de Isaías, cuando hablan del ‘Dios
escondido’, escondido también al principio de la creación”.
Hay
que decir que la teoría del Big Bang fue acogida en seguida con gran entusiasmo
dentro de la Iglesia, tanto que en el discurso pronunciado el 22 de noviembre
de 1951 ante la Pontificia Academia de las Ciencias, el papa Pío XII declaró:
“Parece verdaderamente que la ciencia actual, remontándose de golpe a millones
de siglos, haya conseguido hacerse testigo de ese primordial Fiat lux por el
que de la nada surgió con la materia un mar de luz y de radiaciones, mientras
las partículas de los elementos químicos se escindieron y se reunieron millones
de galaxias”.
Es
verdad también, sin embargo, que Lemaître buscó distinguir desde el principio
el método científico del teológico y a evitar que el concepto científico ligado
al inicio físico y natural del universo se confundiera con el concepto
teológico de “creación”.
Por
otro lado, ya la reconstrucción del pasado biológico de la tierra según Charles
R. Darwin (1809-1882) y los estudios del alemán Hermann Gunkel (1862-1932), a
caballo entre los siglos XIX y XX convencieron a muchos teólogos de que la
verdad del relato bíblico no debía siembre buscarse en la simple transposición
de los hechos narrados sobre el plano de la realidad histórica.
Decisivo,
para la comprensión de los textos bíblicos, fue además la aplicación de un
principio enunciado entre otros por Baruch Spinoza (1632-1677) en el incompleto
Tratado teológico–político, en base al cual todo examen sobre las Sagradas
Escrituras debía realizarse en relación con los contextos históricos en los que
éstas habían surgido.
En
particular, la identificación de diversos géneros dentro de la Biblia
constituyó un paso adelante muy importante, que contribuyó a mejorar el diálogo
con el mundo laico de los científicos. De la creación divina se habla en los
dos primeros capítulos del Génesis que, para los judíos, es el primer libro de
la Torah, la colección de esos libros de la Ley de Moisés que los cristianos
llaman en cambio Pentateuco. Aunque, por ejemplo, los profetas Jeremías y Amós
lo citan y por ejemplo en Jr 10,6-16 se lee que YHWH es el Rey (v. 6) que
controla todos los procesos en el orden del mundo y que “ha formado todo” (v.
16); mientras que en Am 4,13 se refiere a Dios como a “aquel que hace los
montes y crea los vientos” y que “hace el alba y las tinieblas”.
La
conclusión de los expertos sobre la composición del primer capítulo del Génesis
es que se trata de un texto elaborado en el periodo en el que Israel vivió la
trágica experiencia del exilio en Babilonia (587 a. C.) por obra del llamado
autor (o grupo) sacerdotal, con toda probabilidad perteneciente al círculo de
los sacerdotes judíos deportados a Babilonia por Nabucodonosor. Por tanto, no
sólo la sistematización de las partes, sino el proprio desarrollo de los
conceptos teológicos – y entre estos, la idea de creación – son fruto de
elaboraciones o reordenaciones sucesivas.
Sobre
esta cuestión había intervenido, con la Providentissimus Deus, León XIII en
1893, recordando que los católicos no están obligados a creer que la actividad
creadora de Dios haya tenido lugar en el arco temporal de seis días de 24 horas
cada uno, dado que los autores divinamente inspirados de las Sagradas
Escrituras, cuando tratan o sencillamente se aproximan a argumentos propios de
la ciencia experimental, no siempre usan escrupulosamente la propiedad del
lenguaje científico.
De
hecho, observaba León XIII en su carta encíclica, “se ha de considerar en
primer lugar que los escritores sagrados, o mejor el Espíritu Santo, que
hablaba por ellos, no quisieron enseñar a los hombres estas cosas (la íntima
naturaleza o constitución de las cosas que se ven), puesto que en nada les
habían de servir para su salvación, y así, más que intentar en sentido propio
la exploración de la naturaleza, describen y tratan a veces las mismas cosas, o
en sentido figurado o según la manera de hablar en aquellos tiempos, que aún
hoy está vigente para muchas cosas en la vida cotidiana hasta entre los hombres
más cultos”.
En
1909, el magisterio de la Iglesia volvió autorizadamente sobre el tema en
cuestión con el documento Respuesta de la Pontificia Comisión Bíblica sobre el
carácter histórico de los primeros tras capítulos del Génesis, querido por el
papa S. Pío X, en el que se afirma explícitamente que los seis días del Génesis
pueden ser interpretados como un lapso cualquiera de tiempo. En 1965, en el
párrafo 11 de la constitución dogmática sobre la Revelación Divina Dei Verbum,
el Concilio Vaticano II aclaró una vez más que todo lo que los autores
inspirados afirman debe considerarse afirmado por el Espíritu Santo, en
consecuencia “los libros de la Escritura enseñan con certeza, fielmente y sin
error la verdad que Dios, para nuestra salvación, quiso que fuese consignada en
las Sagradas Letras”. Por tanto, verdades reveladas para nuestra salvación y
que son tales bajo este perfil, y no necesariamente siempre bajo el perfil
literal.
El
proprio libro del Génesis excluye una interpretación hiperliteral del relato
bíblico, cuando en el capítulo 2 propone un segundo resumen relativo a los
primeros tiempos de la creación que de alguna forma invierte el orden de las
cosas creadas: esta vez el hombre aparece como primera obra de la creación,
después del cielo y la tierra, y sin duda antes de todo tipo de vegetación. A
propósito de esto, san Agustín (De Doctrina Christiana, III, 18, 26) explicaba
que los dos relatos de la creación, como cualquier otro versículo de la Sagrada
Escritura, son ambos verdaderos y que la enseñanza contenida en ellos, más allá
de la incongruencia del sentido literal, no puede consistir en querer
desvelarnos el ritmo espacio-temporal preciso del aliento creador de Dios.
También,
y sobre todo en la cuestión del origen de la vida, por tanto, la ciencia y la
fe no están de hecho en conflicto, sino que pueden fecundarse mutuamente, a
través de la mediación de la filosofía, permaneciendo sin embargo sus
respectivas autonomías y los diversos ámbitos de investigación, como explicaba
Juan Pablo II en una carta enviada en 1987 al entonces director de la
Specola
vaticana, padre George V. Coyne, S. J. En ella, el papa augura que los teólogos
profundicen cada vez más en el diálogo con la ciencia contemporánea y las
teorías comúnmente aceptadas: “Tal conocimiento les defendería de la tentación
de hacer, con fines apologéticos, un uso poco crítico y apresurado de las
nuevas teorías cosmológicas como la del ‘Big Bang’”.
Por
tanto, la concepción de un universo en constante expansión refleja la imagen de
un Dios que se hace cercano al hombre y camina a su lado durante la historia,
porque como escribió Benedicto XVI en una Carta a los Seminaristas del 18 de
octubre de 2010: “Para nosotros, Dios no es una hipótesis lejana, no es un
desconocido que se ha retirado después del “big bang”. Dios se ha manifestado
en Jesucristo”.
En
conclusión, el modelo cosmológico según el cual la creación del Universo habría
tenido origen con el “Big Bang” no contradice la visión de la fe y las
enseñanzas de la Iglesia. De ello es prueba ulterior el hecho de que fuese
precisamente un sacerdote católico, el padre Georges Lemaître, el primero en
proponer esta teoría de la expansión universal desde un estado primordial
caliente y denso. La teoría del Big Bang es con todo una teoría física y no una
doctrina.
TOMADO DEL PORTAL ALETEIA
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