“Petre
Pater Patrum Papissa Prodito Partum”, “Pedro, Padre de los Padres, Traiciona el
Parto de la Papisa”. Así recitaba un verso sobre la tumba de la Papisa Juana,
sepultada en algún lugar entre San Juan y San Pedro de Letrán, en el lugar
donde se descubrió el engaño y donde desde ese momento no volvieron a pasar las
procesiones papales. El lugar de la sepultura lo recuerda un pequeño santuario
votivo, un altarcito que aún existe en Roma, aunque oscuro, en estado de
abandono y cerrado con una reja. Todo muy sugerente. Pena que la historia de la
Papisa Juana se haya revelado como una historia falsa. Más aún. Una probable
sátira en el ámbito del conflicto entre el Imperio y el Papado, difundida poco
después de la muerte de Federico II de Suabia, que había sido excomulgado.
Varias
son las fuentes que recogen la leyenda de la Papisa Juana. La historia sería
así: Johanna, mujer inglesa nacida en el año 814, huérfana y de agudísima
inteligencia, habría sido adoptada por un monje predicador, el cual la habría
vestido de frailecillo con el fin de protegerla de los abusadores. Y, vestida
así como un fraile, habría entrado en el monasterio de Fulda y después habría estudiado
en Maguncia, asumiendo la identidad de fray Juan, que había muerto durante una
incursión vikinga.
Johanna
progresaba en los estudios, y su inteligencia era viva. Gracias a su fama de
erudición, avanzó en los grados de la jerarquía religiosa, hasta llegar a Roma,
llegar a cardenal, e incluso ser nombrada Papa con el nombre de Juan VIII en el
año 853. Pero, durante una procesión pascual en el 855, el caballo que llevaba
al pontífice arrojó al Papa de su silla en los alrededores de la basílica de San
Clemente. Esto provocó un violento parto prematuro de la Papisa, que estaba
embarazada, quizás del conde Gerold, conocido durante los estudios en la
catedral de Dorstadt. La turba enfurecida la arrastró por las calles de Roma
con los pies atados a un caballo, y después la lapidó hasta morir.
El
verso que estaría escrito sobre su tumba correspondería a las palabras que
habría proferido un endemoniado durante el paso de la papisa en la ceremonia.
Pero una variante posterior afirma que la mujer se habría detenido ante el
poseído para practicarle un exorcismo, preguntando al demonio cuándo dejaría de
atormentar al hombre, y el demonio le habría respondido con ese verso con seis
P, indicando que se iría sólo después del parto.
El
lugar donde estaría la tumba sería aquel donde se reveló la identidad de la
Papisa Juana. Y se dice que en las sucesivas procesiones papales se evitaba.
Aparentemente, desde los tiempos inmediatamente posteriores a la Papisa Juana,
todo candidato a Papa era sometido a un cuidadoso examen íntimo para asegurarse
de que no fuera una mujer (o un eunuco) disfrazada. Esta comprobación preveía
sentarse en una silla con un agujero, desde donde los diáconos más jóvenes
podían verificar si el Papa era un varón.
Todo
muy verosímil. Pero falso. Y fue necesario un historiador protestante como
David Blondel, a mitad del siglo XVII, para confutar el mito que se había
difundido mientras tanto, retomado por Boccaccio pero también por Guillermo de
Ockham, incluso con el retrato de la Papisa Juana en el interior de la catedral
de Siena en la galería de los Papas.
Blondel
precisó que la procesión papal de Pascua no pasaba por la calle donde habría
tenido lugar el presunto nacimiento, y que la silla agujereada sobre la que los
Papas se sentaban para comprobar su masculinidad es muy anterior a la época de
la Papisa Juana. Pero sobre todo, que el Papa León IV, santo, reinó desde el
847 hasta su muerte en el 855, y por tanto es imposible que haya habido una
papisa Juana entre el 853 y el 855.
En
resumen, una sátira hábilmente construida, que se insertaba en la lucha entre
papado e imperio y que se aprovechaba de algunos de los miedos de los católicos
en la Edad Media, es decir, las de un Papa sexualmente activo, de una mujer en
posición de autoridad dominante sobre los hombres, y del engaño llevado al
corazón mismo de la Iglesia.
Pero
el de la Papisa Juana no es un mito de ayer. Es un mito de hoy, y no tanto por
un reciente film que ha llevado de nuevo la historia al candelero. Cuando se
habla de la posibilidad de que el Papa Francisco nombre mujeres cardenales, en
el fondo se piensa también en la posibilidad de una mujer que llegue a ser
papa. Pero el Concilio Vaticano II había ligado el cardenalato al sacerdocio
precisamente para evitar “cosas extrañas”. Y en la Iglesia se habla siempre de
un mayor papel de las mujeres, pero no en el sentido de una apertura al
sacerdocio femenino, sobre el que Juan Pablo II puso ya definitivamente una
losa encima, y respecto al que Benedicto XVI explicó que “no podemos” abrir.
Quizás
hayamos vuelto al tiempo en el que haya que temer un engaño llevado al corazón
mismo de la Iglesia para provocar un ataque contra ella. Quizás se busca
precisamente la confusión, se quiere hacer de la Iglesia una realidad que hay
que cambiar y manipular, yendo más allá del mensaje evangélico y la tradición
de los Padres. Quizás con estos debates y leyendas se quiera crear la confusión
entre los fieles.
TOMADO
DE EL PORTAL ALETEIA
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