EL RINCÓN DE FERNY

sábado, 1 de octubre de 2016

ASÍ ES LA LABOR (CALLADA) DE LA IGLESIA EN LA PRISIÓN

En nuestro país, hay un total de 137 capellanes, 3.000 voluntarios y 77 centros de reinserción. Son números que esconden rostros, nombres y apellidos, presos y pobres, que son personas e hijos de Dios. Una labor, la pastoral penitenciaria, muy valorada por las administraciones públicas y por los funcionarios a pesar de la recurrente polémica sobre la retirada de la asistencia religiosa de cualquier centro público
Cuando el trabajo que la Iglesia realiza en las cárceles de nuestro país llega a los medios de comunicación o al debate político, suele salir mal parado. Los prejuicios hacen que se pida la retirada de los capellanes de los centros penitenciarios o la eliminación de la asistencia religiosa en aras de una mal entendida aconfesionalidad del Estado. Ahora bien, cuando los que piensan de esta manera bajan al barro de la tarea caen en la cuenta de la ingente y desinteresada labor que diócesis, parroquias, sacerdotes, congregaciones religiosas y voluntarios realizan cada día en los centros penitenciarios y con los antiguos presos. Así lo explica Florencio Roselló, director del Departamento de Pastoral Penitenciaria de la Conferencia Episcopal: «En estos momentos, la pastoral penitenciaria es mucho más que un sacerdote dedicado a la celebración de la Eucaristía; es el compromiso de la Iglesia con el hombre y mujer que está en la cárcel, pero también un compromiso global. Una presencia que no distingue de credos ni de culturas, atiende a todos los que demandan su atención, tanto en el plano religioso, social y jurídico. La labor de la Iglesia abarca tres dimensiones: prevención, prisión y reinserción. Trabaja para que no se entre en prisión, camina y comparte con la gente que está en la cárcel y ha creado recursos para cuando los presos salen en libertad».

En total son 137 capellanes y 3.000 voluntarios que participan en programas, aprobados por la Administración penitenciaria, de formación, terapia o deporte, entre otros. A estos, hay que añadir los 1.000 voluntarios que se dedican a la prevención y reinserción. La prevención se lleva a cabo a través de proyectos en barrios marginales, acompañando a familias en necesidad y sensibilizando a la sociedad, mientras que la segunda se realiza a través de 77 centros de acogida para presos que no tienen familia y que, de este modo, pueden disfrutar de sus permisos o libertades.

Uno de esos centros es el Hogar Mercedario Rosa Gay de Barcelona, un proyecto que nació en 1972 gracias al empeño de Bernardino Lahoz para facilitar la reinserción a personas que salían de la cárcel. «En realidad, la casa es de ellos», explica el padre José María Carod Félez, que acompaña junto a otros dos religiosos mercedarios a diez personas, la mayoría en libertad, aunque también acogen a internos de permiso. En su opinión, el sistema está fracasando, pues los presos que adquieren la libertad traen consigo consecuencias. «Llegan machacados por la cárcel. Por ejemplo, no saben cómo atender al teléfono o hacer un currículum; tienen pánico a enfrentarse a un público; tienen la sensación de que todo el mundo les está mirando; al margen de que odian todo lo que represente el orden… No están preparados para la vida después de la cárcel», añade.

En el Hogar Mercedario tratan de solventar todas estas carencias desde la atención personalizada, la escucha y el Evangelio. Este proyecto no está aislado del barrio ni de la parroquia; todos lo conocen y se implican: «Sin ir más lejos, el año pasado tres convictos encontraron un trabajo gracias a gente del barrio».

Precisamente, de la misericordia en la acogida fuera de prisión fue el tema sobre el que el padre José María Carod habló en la mesa de experiencias del Congreso de Pastoral Penitenciaria celebrado en Madrid el pasado fin de semana, un evento que reunió a delegados de Pastoral Penitenciaria, capellanes, voluntarios, funcionarios de prisiones y miembros de la judicatura. Cabe destacar la presencia del secretario general de Instituciones Penitenciarias, Ángel Yuste, y el director general de Servicios Penitenciarios de la Generalitat de Cataluña, Amanad Calderó, una circunstancia que refuerza y reconoce desde la Administración la labor callada de la Iglesia en las cárceles de nuestro país. Así lo manifestaron ambos durante el congreso, cuenta a Alfa y Omega Florencio Roselló. Según el padre José María, «los funcionarios valoran nuestra actividad positivamente, como cualquier actividad que ayude a crecer a la persona y se haga dentro de los márgenes que indica el reglamento penitenciario». A esta valoración se suman los jueces de Vigilancia Penitenciaria y los presos, que «agradecen el servicio religioso».

«Para nosotros la persona es lo importante, su rostro, su vida, su historia, y allí, en ese caminar encontrará a la pastoral penitenciaria que se hará su compañera de camino, para que juntos podamos encontrar su sitio en la libertad. Nuestros números tienen rostro, nombre y apellidos, son pobres, son presos, pero para nosotros son personas e hijos de Dios», añade Roselló.

Además de esta atención ya consolidada, los retos de futuro de la pastoral penitenciaria pasan por la implicación de parroquias y grupos eclesiales, por la propuesta de alternativas al encarcelamiento, que pueden pasar por los trabajos a favor de la comunidad o la acogida en viviendas, y por el establecimiento de penas más humanitarias.

PUBLICADO EN SEPTIEMBRE POR EL  SEMANARIO ALFA Y OMEGA







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