Desde las colectas de las primeras comunidades cristianas hasta las grandes
organizaciones caritativas actuales como Caritas o Cor Unum, la Iglesia siempre
ha vivido la caridad como un elemento esencial de la vida cristiana. Numerosos
católicos emblemáticos han contribuido con su trabajo asistencial y su
promoción humana a lo largo de la historia a ayudar a los pobres.
Aunque la actividad caritativa y social en la Iglesia es un tema
inalcanzable, el historiador y vicario episcopal del arzobispado de Barcelona
Joan Galtés ofreció el pasado 21 de enero una amplia visión de la caridad de los
cristianos en la historia en una conferencia enmarcada en las Jornadas de
Cuestiones Pastorales Castelldaura 2014.
Primeros cristianos
Como explicó el sacerdote, ya la Iglesia apostólica, que vivía en situación
de marginación respecto a la sociedad pagana, ejercía eficazmente la caridad
entre los cristianos. La Escritura atestigua que los primeros cristianos se
sentían unidos y compartían sus bienes, e incluso organizaban colectas para las
comunidades más necesitadas (como la de Macedonia y Acaya para la de
Jerusalén).
Desde los primeros siglos, la ayuda a los pobres se realizaba con una
cierta organización: san Pablo menciona entre los diversos carismas o servicios
el de ayudar a los demás; y cuando la asistencia a los pobres provocó algunas
tensiones, los apóstoles decidieron elegir a siete hombres dedicados al
servicio de la caridad, entre los que sobresale Esteban, el protomártir. Los destinatarios
de este servicio eran las viudas, los huérfanos , los esclavos , los enfermos,
es decir, los más abandonados por la sociedad de aquel tiempo.
La acción caritativa de los cristianos suscitaba la admiración de los
paganos, como certificó Tertuliano en el siglo III en su Apologeticus.
A principios del siglo IV, cuando la Iglesia goza de un reconocimiento
público gracias al emperador Constantino, la acción caritativa de la Iglesia se
incrementa y se ensancha a toda la sociedad.
Entonces, la Iglesia asumió, en buena parte, la acción social pública.
Teniendo en cuenta el contexto general de las costumbres del tiempo, el
cristianismo representó la dignificación de las personas, y la práctica de la
caridad hacia los pobres fue predicada con insistencia y practicada
eficazmente.
Prueba de ello es el hecho de que el emperador Juliano el Apóstata, cuando
quiso restaurar la antigua religión romana desterrando el cristianismo,
estableció que en el nuevo orden pagano los pobres fueran atendidos como lo hacía
la Iglesia, y el mismo emperador reconoce que el único aspecto que admiraba del
cristianismo era su actividad caritativa.
Para promover la ayuda a los pobres, la predicación de los Padres de la
Iglesia no cesa de inculcar en la conciencia cristiana el valor moral de las
obras de caridad, y eran considerados buenos obispos los que cuidaban de los
pobres, ya fuera personalmente o a través de la diaconía de la Iglesia, como
san Agustín, que edificó un hospital para hospedar a los indigentes y los forasteros.
En Roma funcionaban las siete demarcaciones diaconales que se ocupaban de
la distribución de las ofrendas destinadas a los pobres. En el puerto de Ostia,
el 397, se construyó un hospital para acoger pobres y peregrinos, gracias a la
herencia de una noble romana llamada Paulina. También en Ankara, una rica
matrona destinó su fortuna al sostenimiento de los hospitales para los pobres.
La Iglesia de Antioquia, en tiempos de san Juan Crisóstomo socorría a miles
de pobres de todo tipo. Pero el complejo asistencial más conocido y mejor
dotado fue el que organizó san Basilio en el siglo IV en las afueras de Cesarea
de Capadocia, donde encontraban refugio pobres, enfermos, niños abandonados y
toda clase de indigentes. Igual hacían las Iglesias Alejandría, Constantinopla
y Jerusalén.
Ya desde estos primeros siglos, la acción a favor de los pobres fue una
característica del cristianismo, diferenciada de la mentalidad pagana que
consideraba la pobreza y el abandono de los necesitados como una ley fatal de
la naturaleza.
Para Galtés, “cualquier conocedor de la historia de la civilización no
puede dejar de remarcar que la dignidad del pobre y la asistencia al desvalido
en la sociedad grecorromana fue fruto del cristianismo y que a la sombra de la
Iglesia nacieron y se desarrollaron una multitud de instituciones de
beneficencia”.
“También debemos constatar que en el Bajo Imperio, a medida que se iba
fundiendo el sustrato pagano del hombre antiguo, sólo el cristianismo fue capaz
de humanizar la conciencia social –añade-. La caridad cristiana ve en el pobre,
en el enfermo, en el desvalido, la imagen viva de Jesucristo sufriente”.
Las obras de misericordia
Ante las situaciones de pobreza y aflicción, la tradición cristiana ha
elaborado un conjunto de recomendaciones concretas para el comportamiento de
los fieles en sus relaciones con el prójimo, de acuerdo con la enseñanza de
Jesús. Son las llamadas obras de misericordia, entre ellas enseñar, alimentar
al hambriento, vestir al desnudo, visitar a enfermos presos, acoger a los
peregrinos y rescatar a los cautivos.
Las obras de misericordia, además de ser practicadas a nivel individual,
también han inspirado a lo largo de los siglos innumerables instituciones
eclesiales: escuelas, hospitales, lugares de acogida de transeúntes, centros de
distribución de alimentos y comedores, apostolado a las prisiones, así como
tantos órdenes religiosas, masculinos y femeninos, de todas las épocas y
lugares, que se han dedicado a servicios.
Por ejemplo, órdenes redentoras como los trinitarios o los mercedarios se
han dedicado desde finales del siglo XVIII hasta hoy a las cárceles, donde
ejercen su apostolado entre los aprisionados por todo tipo de delitos y entre
sus familias, junto a laicos y sacerdotes desempeñan tareas de voluntariado en
las cárceles y para la reinserción social. Y anteriormente, el cristianismo
había favorecido la dignidad de los esclavos, con ejemplos eminentes de caridad
hacia ellos como san Pedro Claver, y de su defensa, como Bartolomé de las
Casas, y los jesuitas Alonso Sandoval y Antonio Vieira.
La Pia Almoina
Durante los siglos XII y XIII funcionaron en varias diócesis de occidente
instituciones de beneficencia que ayudaban a los más marginados organizadas por
los capítulos catedrales bajo la tutela de los obispos. En algunos lugares,
conocidas como Pia Almoina, proporcionaban alimento y vestido a los pobres. En
Barcelona y Lérida, su servicio de comedor llegó distribuir hasta 288 y 137
comidas diarias respectivamente.
En otros lugares ofrecía diariamente pan y dinero para la adquisición de
alimentos. Los recursos provenían de limosnas y legados de los fieles, laicos y
clérigos. Unos gestores, llamados limosneros, administradores o ecónomos, se
ocupaban de la administración del patrimonio de estas instituciones.
Fueron instituciones caritativas estables, que junto con la red de
hospitales, perduraron casi hasta el siglo XIX, adaptándose a las necesidades
de cada época. Como testigos de su importancia quedan en pie grandes edificios
góticos y renacentistas en varias ciudades.
Hospitales y orfanatos
En la Edad Media proliferan los hospitales de la Iglesia y se produce
también una cierta especialización. Hombres de Iglesia promueven en muchas
ciudades lugares de acogida para enfermos incurables, por ejemplo para
leprosos, muchos de ellos atendidos por la orden hospitalaria de San Lázaro.
Todavía hoy la lepra está difundida por Asia, África y América Latina y la
Iglesia católica posee en estos lugares cerca de 650 leproserías.
Mientras en el mundo antiguo griego y romano era usual abandonar a la
muerte a los niños no deseados, el cristianismo estimuló la creación de los
primeros orfanatos. El famoso hospital de Santo Spirito in Saxi de Roma (1240),
que disfrutó del mecenazgo del papa Inocencio III, parece que fue el que
inventó el sistema del "torno" para depositar anónimamente los niños
no queridos y evitar que fueran tirados al río Tíber. Estos "tornos"
proliferaron en hospitales y conventos de todas partes.
El debate sobre la caridad y la asistencia a los pobres
En el siglo XVI, de grandes transformaciones sociales, culturales y
religiosas, se cuestionó la forma tradicional de caridad, considerando que favorecía
la mendicidad y el vagabundear, que eran percibidos como peligrosidad social y
desorden público.
Grandes personalidades de la Iglesia contribuyeron al debate, como el
dominico segoviano Domingo Soto, defensor de la doctrina tradicional de la limosna
y el deber cristiano de socorrer a los pobres, y el benedictino Juan de Robles,
que defendía la reforma de la asistencia social, y proponía la secularización
del patrimonio hospitalario y de la distribución de las limosnas, dejando a
manos del clero sólo el control del funcionamiento de las instituciones
benéficas.
Años después, el teólogo Miquel Giginta intentó conciliar las dos
posiciones, y propuso la necesaria intervención de la autoridad pública ante el
progresivo deterioro social de las ciudades. Concretamente, propuso la creación
de Casas de Misericordia, para bien acoger a los pobres verdaderos, y poner en
evidencia los falsos pobres (vagabundos y vagos), sin necesidad de emplear
acciones coercitivas. Estas Casas debían ofrecer acogida, formación, trabajo y
oración. Serían financiadas con la caridad de los poderosos y el propio trabajo
de los asilados. La propuesta de Giginta encontró buena acogida social y
eclesial, y se puso en práctica en varias ciudades.
Entre los héroes de la caridad en esta época se encuentran san Juan de Dios
-el primero que actuó con categorías modernas de cara a la atención a los
enfermos y por eso es considerado el creador del hospital moderno-, san Camilo
de Lelis –iniciador de una obra que puede considerarse precursora de la Cruz
Roja Internacional- y san Vicente de Paúl, que ejerció la caridad en todos los
ámbitos pastorales y fundó las Hijas de la Caridad al servicio de los pobres,
inspiradores de muchas otras congregaciones religiosas similares y que
contribuyeron a crear la figura de la enfermera moderna.
Una caridad racional
En la época de la Ilustración, la época de la razón y la centralización
administrativa en que se insistía en la caridad no debía favorecer la
mendicidad, la Iglesia también multiplicó las obras de asistencia a los pobres
-tanto en el ámbito diocesano y parroquial, como en el de las congregaciones
religiosas- y de educación de los niños.
San José de Calasanz abrió en Roma en 1597 una escuela totalmente gratuita
para niños pobres y también iniciaron vastas obras educativas que perduran hoy
Nicolás Barré, san Juan Bautista de La Salle, la beata Rosa Venerina y santa
Lucía Filippini, entre otros.
Las nuevas formas de pobreza ligadas a la expansión industrial encontraron
respuesta en florecimiento sorprendente de nuevas congregaciones religiosas a
lo largo del siglo XIX. Se calcula que en Europa aparecieron un millar de
nuevas congregaciones femeninas, muchas de ellas entregadas a los pobres en
dispensarios, hospitales, asilos, guarderías para obreros, educación de la
mujer, cárceles, etc.
Ante el socialismo y el carácter pagano del liberalismo económico, los
cristianos más comprometidos en la cuestión social vieron que la reforma
interior no era suficiente y que era necesario añadir la reforma de las
instituciones. El jesuita Vicente, por ejemplo, fundó en Manresa, en 1864, el
Círculo de Obreros y difundió por toda la península ibérica instituciones y
movimientos de carácter social, como las Cajas de Ahorro, sociedades católicas
de socorro mutuos, viviendas para obreros.
Fue inmenso el esfuerzo realizado por las asociaciones cristianas con el
fin de paliar la miseria y los sufrimientos de todos los que componían los
cinturones obreros de las grandes ciudades industriales. A los niños
abandonados, las mujeres dedicadas a la prostitución, los ancianos desamparados,
los enfermos sin asistencia, los obreros más oprimidos, la enseñanza gratuita,
la promoción de las chicas, ... se dedicaron Juan Bosco, José Cottolengo, el
obispo Ketteler, los religiosos Gafo, Gerard y Nevares, los sacerdotes
Lamennais, Pícaro y Arboleya, e innumerables laicos como Ozanam o Hermel.
Desde el punto de vista magisterial, el papa León XIII publicó, en 1891, la
encíclica Rerum novarum, el primer documento pontificio que trataba de estudiar
en profundidad el problema social ocasionado por la industrialización, que
atribuye al Estado el papel de promotor del bien común y promociona la clase
obrera. Ya entrado el siglo XX, aparecieron las grandes encíclicas sociales de
los Papas y se elaboró la Doctrina Social de la Iglesia.
La ayuda a los pobres hoy
El siglo XX, que ha visto consolidarse las grandes organizaciones de los
estados en cuanto a la seguridad social y la asistencia, también ha visto
multiplicarse la acción social y caritativa de la Iglesia desde parroquias y
organizaciones caritativas.
Los católicos han llevado a cabo multitud de iniciativas ante las grandes
catástrofes naturales, las víctimas de las guerras o de cara a la promoción y
desarrollo de los pueblos, y también actividades más locales para atender los
problemas de sus comunidades: obreros en paro, inmigrantes, drogodependientes,
enfermos de sida y todos los que están en riesgo de exclusión social.
Pueden mencionarse personalidades tan relevantes como Hélder Câmara, Oscar
Romero, Teresa de Calcuta, el abad Pierre, etc.
En cuanto a instituciones contemporáneas de alcance internacional al
servicio de la caridad, se pueden destacar:
1. “Caritas Internationalis“: es una organización íntimamente vinculada a
la Santa Sede y formada por las Cáritas nacionales y diocesanas. Fundada en
1867 en la ciudad alemana de Friburgo, se convirtió en una organización
internacional a inicios del siglo XX. Es una institución de Iglesia que goza de
mucho prestigio en la sociedad, tanto por su actividad humanitaria y
caritativa, como por la fiabilidad de sus informes y documentos sobre la
pobreza. En Cáritas se encuentran desde las acciones concretas para mitigar
todo tipo de sufrimiento y pobreza, hasta la lucha en favor de la justicia y
del respeto a la dignidad humana. Cáritas es una prueba palpable de la
solidaridad de los creyentes ante todas las situaciones de pobreza.
2. El Pontificio Consejo Cor Unum para la promoción humana y cristiana: fue
creado por el Papa Pablo VI, en 1971. Esta institución, que tiene como objetivo
ser el instrumento ejecutivo de la caridad del Papa, promueve iniciativas
humanitarias y coordina otras instituciones católicas como, por ejemplo, Manos
Unidas. Con sus estudios estimula la reflexión teológica y social y la caridad
de los fieles. El Papa también ha confiado a este Pontificio Consejo la
Fundación Juan Pablo II para la lucha contra la sequía y la desertificación y
la Fundación "Populorum progressio" al servicio de la población
indígena afroamericana y de los campesinos pobres de América Latina y el Caribe.
3. En Alemania, en 1958, se creó la institución Misereor contra el hambre y
la enfermedad en el mundo, que colabora en programas de desarrollo. Los obispos
alemanes crearon, también, Adveniat, para ayudar a América Latina. En España,
las mujeres de Acción Católica, en 1960, fundaron Manos Unidas, para la lucha
contra el hambre, la pobreza y el subdesarrollo de los países más pobres y
contra las causas que lo provocan. En Roma, en 1968, nació la Comunidad de San
Egidio, movimiento de laicos comprometidos en la evangelización y la caridad
hacia los pobres, difundido en muchos países. Imposible enumerar todas las
instituciones y personalidades de la Iglesia católica que dan hoy una respuesta
efectiva a la pobreza.
Fuente: Aleteia
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