Luis Moreiras Calviño* 06.04.2014
Últimamente están apareciendo en la
prensa numerosos comentarios sobre la presencia de la clase de Religión en la
escuela pública. Precisamente, el Movemento Dezao polo Ensino Público está
detrás de estas publicaciones y comentarios. Yo, que estoy de acuerdo con sus
integrantes en mejorar la enseñanza en general y en concreto la pública, he de
disentir necesariamente en sus afirmaciones sobre el tema de la Religión. Sin
embargo quiero afirmar rotundamente que rechazo cualquier tipo de
enfrentamiento dialéctico o agrios debates sobre un tema tan delicado. Miembros
de este movimiento son compañeros de trabajo y otros lo han sido y a todos
profundamente aprecio y respeto.
Quiero hacer, con todo, algunas
reflexiones que ayuden a pensar a aquellos que rechazan radicalmente la
presencia de la Religión en la escuela y también a los que defendemos su
presencia en el currículo académico, no sólo porque nuestra Constitución así lo
proclama e incluso otras leyes de carácter internacional, así como los Acuerdos
entre el Estado español y la Santa Sede, sino, sobre todo, porque puede aportar
algo muy sustancial y necesario en la formación de nuestros alumnos.
No comprendo, en primer lugar, por qué
tanto interés en que la asignatura de Religión desaparezca de la enseñanza escolar
argumentando que esas horas serían más útiles dedicadas a otras materias. Pero,
¿qué puede solucionar una hora semanal que tiene la Religión en Secundaria y
Bachillerato (menos primero de la ESO, que tiene dos) repartida entre otras
asignaturas aunque éstas puedan tener necesidad de más carga lectiva? ¿No será
que se pretende quitarle de la boca el bocado al pobre Lázaro y dárselo al rico
Epulón? (Estaría bien que leyésemos la parábola en Lucas, capítulo 16,
versículos del 19 al 31).
La Iglesia Católica ha estado siempre a
favor de la ciencia, del conocimiento de la naturaleza, así como de las letras
y las artes. ¿Cómo no va a favorecer el conocimiento científico que nos
descubre los secretos y enigmas de la naturaleza si toda ella es fruto del
poder, sabiduría y bondad del Sumo Hacedor? ¿No está presente en sus
maravillosas leyes y en su inescrutable complejidad la presencia misteriosa del
Ser Absoluto a quien llamamos Dios?
Los conocimientos científicos y las
aplicaciones técnicas que de ellos se derivan aportan muchos beneficios al ser
humano que se reflejan, por ejemplo, en los transportes, en las comunicaciones,
y ya no digamos en los avances en el ámbito de la medicina. Con todo debemos
preguntarnos: ¿Es suficiente este conocimiento para el ser humano? ¿Puede
añadir un solo segundo a la vida humana cuando en realidad “ha llegado la hora”
de partir de este mundo? ¿Pueden estos conocimientos llenar de amor y de
sentido profundo el corazón humano, siempre tan ansioso de alcanzar la
felicidad? Evidentemente no, pues las ciencias estudian la realidad material y
nos aportan resultados materiales, pero no responden a cuestiones propiamente
humanas.
Por ello, en la enseñanza escolar,
aparte de las ciencias, las letras y las artes, son necesarias materias que
enseñen lo específicamente personal, que den respuestas a los profundos
interrogantes que de una forma o de otra se plantea el ser humano. Sin las
respuestas a estas preguntas el ser humano caminará en la superficialidad,
rechazará compromisos profundos y duraderos, lo que se está constatando en
nuestra juventud y en otras muchas personas no tan jóvenes. Necesitamos saber
de dónde venimos y hacia dónde vamos para así tomar la vida en nuestras manos y
entregarnos a ella con todas nuestras fuerzas, libre y responsablemente. Esto
sólo será posible si sabemos por qué vivimos, por qué el sufrimiento es
necesario en la vida humana y por qué hemos de morir, y si podemos esperar algo
más allá de la muerte.
De ahí que sea necesaria la materia de
Religión en la enseñanza. Y no sólo la Religión, sino también otras materias
que respondan a cuestiones propiamente personales como lo hace la filosofía, la
ética, la antropología que, por cierto, deberían tener más carga horaria. De lo
contrario, podremos llenar la cabeza de nuestros alumnos de muchos
conocimientos, pero faltará una verdadera educación integral, la asimilación
por parte de los alumnos de unos valores humanos y trascendentes que llenen su
existencia, que les capaciten para responder a las exigencias de la vida de
forma libre y verdaderamente responsable.
*Profesor de Religión
Fuente: www.farodevigo.es
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