En primer lugar, la Religión no
busca hacer proselitismo. Es importante tomar como punto de partida este matiz:
no hay que confundir nunca una clase de Religión con la catequesis. Si
arrancásemos desde aquí nuestro debate, creo que muchos de esos viejos
fantasmas a los que antes hacía referencia se disolverían como un simple
azucarillo.
Por otro lado, no podemos negar
la importancia que ha tenido el hecho religioso no ya en la historia
occidental, de la que somos herederos directos, sino en la propia concepción
existencial del hombre, siempre errante a través del tiempo, de la historia y
de los siglos, eterno buscador del sentido de su vida. La asignatura de
Religión es un instrumento tan válido como eficaz para explicar al alumnado
como a través del estudio, la literatura, la arquitectura, la música, es decir,
cómo por medio de la cultura el hombre ha querido expresar esa búsqueda de lo
trascendente, yendo más allá de lo material, y dando un salto hacia aquello que
ni siquiera nuestra condición limitada puede pronunciar, aunque casi lo esté
rozando con la yema de los dedos.
En efecto, el sentido religioso
del hombre se halla presente, nos guste o no, en algunos de los momentos clave
de la historia de la humanidad. Nadie puede negar que la cuestión de Dios ha
ocupado un tiempo precioso en el esfuerzo pensante de tantos y tantos
filósofos, que han intentado explicar lo que somos hoy; o que algunas de las
más maravillosas obras de arte, como las catedrales que salpican nuestra
cultura, se idearon y edificaron con la sed de las piedras vivas que somos
todos y cada uno de nosotros, y que esconden un anhelo por llegar a lo
imposible. En este sentido, un breve paseo por algunas de las pinacotecas más
deslumbrantes del mundo sirven para darse cuenta del temblor religioso que ha
deslumbrado a algunos de los mayores artistas de todos los tiempos. Ni qué
decir de aquellas composiciones musicales, como la Pasión según san Mateo de
Bach, o las obras de Tomás Luis de Victoria (por citar solo dos maestros entre
una ingente marea de ellos), cuya escucha atenta nos continúan asombrando hasta
recordar aquel versículo del Salmo 8, «qué es el hombre para que te acuerdes de
él», admirados hasta el extremo de esta gran obra que es el caminar del hombre
a través de la vida de todos los tiempos, pasados, presentes y futuros.
Solo por esto merece la pena
romper una lanza a favor de la enseñanza de la Religión. Evidentemente, sería
absolutamente imperdonable dejar escapar esta gran oportunidad educativa de
transmitir quiénes somos y qué somos llamados a ser porqué, entre otras cosas,
condenándola al olvido, nos estaríamos traicionando a nosotros mismos y a
nuestra historia.
Alberto Estévez de PSJ
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