En
el actual debate sobre la inmigración, la posición de la Iglesia Católica en
torno a este tema es fácil de comprender y se basa en los principios
elementales de la Doctrina Social de la Iglesia. Lo que es difícil, es aplicar
esta doctrina con rectitud de intención y con el deseo auténtico de la búsqueda
del bien común.
Toda
la Doctrina Social de la Iglesia descansa sobre algo que es fundamental: la
dignidad del ser humano es dada por Dios, y en ningún caso es un “regalo” de
algún estado, o fruto de ningún consenso.
Los
derechos humanos son inherentes al hombre, y la ley, las sociedades y los
estados sólo deben reconocerlos, respetarlos y protegerlos. El estado no tiene
el derecho ni de crearlos ni de suprimirlos.
El
Papa Juan Pablo II explicó, y el actual Papa Francisco ha repetido, claramente
que este principio de la dignidad del ser humano, se aplica al tema de la
inmigración mediante dos criterios:
a)
Todo ser humano tiene derecho a buscar condiciones dignas de vida para sí y
para sus seres amados, incluso mediante la emigración.
b)
Toda nación soberana tiene derecho a garantizar la seguridad de sus fronteras y
regular el flujo de inmigrantes.
La
Iglesia, por tanto, defiende los derechos fundamentales de la persona; y
también el derecho que los estados tienen de regular sus fronteras. El bien
común necesita regularse de forma que los remedios no sean peor que la
enfermedad.
En
esas circunstancias especiales, la Iglesia aboga por la salvaguarda de los
derechos fundamentales de la persona apelando a la búsqueda del bien común.
Para ello invita a la superación del egoísmo, que suele ser la tendencia que
prima, y apela a la generosidad de los países a no buscar exclusivamente la
rentabilidad. Recuerda que el inmigrante es una persona, cuya dignidad comporta
unos derechos, y que además no es simplemente un instrumento al servicio de la
economía del propio país.
Es
verdad que existen muchos ángulos que hacen compleja la discusión en torno al
tema de la inmigración: desde la grave responsabilidad social y política de las
naciones de donde provienen la mayoría de los inmigrantes, hasta el
reconocimiento del posible riesgo de seguridad que implica la porosidad de las
fronteras. Sin embargo, la inmigración es una realidad muy presente en nuestra
sociedad y requiere que respondamos a ella con racionalidad, justicia y
eficacia.
En
realidad, lo que busca la Iglesia es que los fieles laicos, y todos los hombres
de buena voluntad, comprendan que estos dos derechos son subsidiarios -es
decir, están unidos y subordinados- y que cuando se habla de inmigración, se
trata de personas concretas que son nuestros hermanos y hermanas.
Os
dejo el video del sacerdote marianista- SMDANI- que nos lo resume estupendamente:
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