El
pasado 31 de mayo se hizo público que el prestigioso Premio Princesa de
Asturias de Ciencias Sociales, el más importante de este tipo de
reconocimientos públicos en España, ha recaído en la estudiosa y escritora
Karen Armstrong (Wildmoor, Reino Unido, 1944), que destaca por sus ensayos en
religiones comparadas. Se reconoce así públicamente el papel de la religión en
la vida pública y la necesidad de un enfoque académico para su comprensión.
No
es extraño, entonces, que el jurado del Premio haya valorado sobre todo “la
profundidad de sus análisis históricos, su inmensa labor bibliográfica e
investigadora, y su compromiso activo con la difusión de un mensaje ético de
compasión, paz y solidaridad”.
UNA
SANA EVOLUCIÓN INTELECTUAL.
Para
contextualizarla, es necesario saber que Armstrong, autora de una veintena de
libros, se crió en la Iglesia Católica y formó parte de una congregación
religiosa, hecho del que da testimonio en su primera obra, Through the Narrow
Gate (Por la puerta estrecha). Son especialmente conocidos sus libros sobre las
tres grandes religiones monoteístas, el budismo o los fundamentalismos.
En
las entrevistas que ha concedido estos días ha reconocido sus inicios como
ensayista en clave crítica, una reacción entendible tras su ruptura con la vida
consagrada. Posteriormente, cuando fue profundizando en las diversas
tradiciones religiosas que iba estudiando, percibió los aspectos positivos que
contienen y transmiten al ser humano. Hasta llegar a desmentir, como veremos
enseguida, que la violencia sea algo que traigan consigo las religiones de
forma inevitable.
La
religión se enmarca en la necesaria búsqueda de sentido del hombre. Por ello
Armstrong le da un lugar muy importante en la experiencia humana, y en más de
una ocasión la ha relacionado con el arte, reconociéndola como imprescindible
para la autocomprensión personal y la configuración social.
LA
RELIGIÓN, UNA EXPERIENCIA AUTÉNTICAMENTE HUMANA.
Armstrong,
en sus declaraciones posteriores al anuncio del premio al diario español El
País, explicaba que “todas las religiones tienen unos elementos particulares
positivos y una serie de defectos”. Y no se trata de unas palabras
superficiales que resulten políticamente correctas para sus apariciones
mediáticas de estos días, sino que responden a lo que lleva años afirmando
tanto en sus libros como en sus artículos de prensa, que aúnan rigor
intelectual y capacidad divulgativa.
En
su libro La gran transformación, la autora analiza lo que diversos estudiosos
han denominado el “tiempo axial” de la humanidad, y que ella sitúa en el primer
milenio antes de Cristo, con la aparición de figuras determinantes para nuestra
forma de ver el mundo: los filósofos griegos Sócrates y Platón, los autores de los
Upanishad, Buda, Confucio y el profeta judío Jeremías. En un segundo momento
vendría una evolución igualmente fundamental, integrada por Jesucristo, el
judaísmo rabínico y el islam.
Y
Armstrong demuestra con sus estudios que lo religioso no constituye algo ajeno
al devenir cotidiano de los seres humanos concretos. Al contrario: las grandes
figuras del tiempo axial, explica, “no crearon su ética compasiva en
circunstancias idílicas. Cada tradición se desarrolló en sociedades como la
nuestra, desgarradas por la violencia y por la guerra como nunca antes había
ocurrido”. Así comprobamos que la religión, lejos de ser un refugio o huida de
la realidad, resulta ser una experiencia vital imprescindible para entender el
mundo y la propia vida, y para incidir en ellos de forma creativa y
humanizadora.
NO AL
LAICISMO.
Asegura
que no le preocupa “que Europa sea cada vez más secular, siempre que no
implique desdén hacia la religión”. Porque lo religioso es inherente al hombre.
En La gran transformación Armstrong afirma que “somos criaturas en busca de
sentido y, a diferencia de otros animales, caemos fácilmente en la
desesperación si no somos capaces de encontrar significado y valor a nuestras
vidas. Algunos buscan nuevas vías para ser religiosos. Desde la década de 1970
se ha dado un renacimiento espiritual en muchos lugares del mundo, y la piedad
militante que a menudo llamamos ‘fundamentalismo’ es sólo una manifestación de
nuestra búsqueda posmoderna de iluminación”.
En
una de las entrevistas concedidas anteriormente a la prensa española, Karen
Armstrong, al ser preguntada por el fin de la religión, explica que “está
perdiendo terreno en Europa, pero Europa se está quedando muy pasada de moda en
su secularismo. En otros lugares la gente se está haciendo más religiosa, para
bien o para mal… La idea de que la religión es dañina no es muy inteligente”.
Sin
convertirse en una apologista de ninguna tradición religiosa concreta, critica
el ateísmo de autores como Richard Dawkins, quien llama a cesar todo
adoctrinamiento religioso, señalando que no pasaría de ser algo mágico o
supersticioso, irracional. Por eso la experta en religiones comparadas afirma
que “Dawkins tiene una idea muy equivocada de la religión. Creo que los chicos
deben ser educados no de una forma sectaria, pero sí para entender la
religión”.
Un
ejemplo más de su pensamiento serio y fundamentado, libre ante el pensamiento
único y lo políticamente correcto, lo podemos ver cuando en una entrevista se
le preguntó sobre el carácter religioso de fenómenos como el yihadismo actual,
y contestó sin dudarlo: “Mucha de la militancia en el Estado islámico no era
particularmente religiosa sino que procede del régimen de Sadam Husein,
socialista y laicista”.
NO A
LA VIOLENCIA
En
sus obras, Karen Armstrong llama a distinguir bien la violencia de la religión.
Claro que reconoce todo lo negativo que puede surgir de las tradiciones
espirituales, con una carga bélica que se puede constatar en la historia. Pero
hay que entender los enfrentamientos en su contexto, y así señala que, por
ejemplo, las dos guerras mundiales del siglo XX no han nacido precisamente de
una motivación religiosa. Y de hecho, uno de los factores que explicaría el
auge de los fundamentalismos sería el intento de imposición de un secularismo
que excluye la religión de la vida pública.
La
autora explica que la historia reciente ha dejado “al descubierto la
autodestrucción nihilista que se esconde en el corazón de los logros más
brillantes de la cultura moderna”. Las guerras, la violencia terrorista, el
deterioro ambiental y la sociedad de mercado son algunos ejemplos, bien
conocidos por todos, de este grave déficit de humanidad.
Las
grandes tragedias del siglo XX, los genocidios atroces que hemos padecido (e
infligido) “son oscuras epifanías que nos revelan lo que puede ocurrir cuando
se pierde el sentido de la inviolabilidad sagrada de todo ser humano”. En este
contexto, las religiones son el mejor antídoto, las mejores defensoras del hombre
(como individuo y en comunidad).
SÍ
AL DIÁLOGO INTERRELIGIOSO.
También
hay que subrayar el empeño de Karen Armstrong por el diálogo interreligioso,
señalando lo mucho que pueden hacer las religiones por la mutua comprensión y
el trabajo a favor de la paz, ya que el imperativo ético es algo consustancial
a las tradiciones religiosas de la humanidad, destacando el principio de la
compasión.
Aunque
es clara la marginación de lo doctrinal en los estudios de Armstrong –a la que
han llegado a calificar como “antidogmática” por su insistencia casi exclusiva
en los aspectos éticos de las religiones, dejando de lado las enseñanzas de
carácter metafísico–, esto la ha llevado a señalar que “encontrar que nuestra
propia fe está en profundo acuerdo con otras es una experiencia de afirmación.
Sin apartarnos de nuestra tradición, por tanto, podemos aprender de otros cómo
mejorar nuestra búsqueda particular de una vida empática”.
De
esta manera, en el planteamiento de la autora no cabe, frente a lo que pueda
parecer en una primera lectura, el relativismo a la hora de la relación con los
miembros de otras religiones, sino que llama a mantener la propia identidad en
el diálogo, sin rebajas, para que sea un diálogo auténtico y en el que quepa un
mutuo aprendizaje.
Para
terminar, como señalaba en 2007 el experto español Manuel Fraijó al recensionar
una de las principales obras de la estudiosa recientemente premiada, sus libros
son “de alta divulgación y de estilo literario sobrio y atractivo. Sus
lectores, además de aprender mucho, disfrutarán no poco”.
Fuente:
es.aleteia.org
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