NO
ES UNA CUESTIÓN DE DISCIPLINA O DE DERECHO, SINO DE LA NATURALEZA MISMA DEL
SACRAMENTO DEL ORDEN: EL SACERDOTE REPRESENTA A CRISTO, ESPOSO DE LA IGLESIA
No
es una cuestión de disciplina o de derecho. Si fuera así, la regla podría ser
revisada. El sacerdote representa a Cristo, Esposo de la Iglesia. Se trata de
la naturaleza misma del sacramento que ha recibido.
1. Las mujeres han desempeñado una gran
función en el Nuevo Testamento y en toda la historia de la Iglesia. Sin
embargo, ninguna ha sido ordenada nunca sacerdote.
Las
mujeres forman parte del entorno de Jesús. Marta y María son propuestas como
ejemplos: una es modelo de escucha, la otra de fe en la resurrección. Son
precisamente las mujeres las primeras beneficiarias de una aparición del
Resucitado. A ellas se les encarga la misión: “Id, decid a sus discípulos y a
Pedro…”. Igualmente, entre los colaboradores de Pablo son nombradas varias
mujeres.
En
la historia de la Iglesia, ciertamente las mujeres han desempeñado funciones
eminentes de muy distintos tipos: santa Blandina e innumerables mártires
femeninas; santa Genoveva que fue la providencia de París; santa Juana de Arco
que liberó a Francia; santa Catalina de Siena que no dudó en recordar a los
papas sus deberes; santa Teresa de Ávila reformadora del Carmelo; santa Teresa
del Niño Jesús, patrona de las misiones, “la mayor santa de los tiempos
modernos” según Pío X; la beata Teresa de Calcuta a quien el papa Juan Pablo II
tanto admiraba,.. .
Lourdes
es el reencuentro de dos mujeres: la Virgen María y Bernardette. La primera
peregrinación de ámbito nacional en Francia es también mérito de una mujer,
Margarita de Blic, quien se encargó de todo a condición de que fuera la única
patrona: arrastra 300.000 adhesiones.
En
la categoría de los santos, hay muchas más mujeres que en el Panteón de la
República.
¿Y
podrían ordenarse diaconisas? La cuestión es discutida; lo que sí es cierto es
que nunca ha habido una sacerdotisa. El argumento no es decisivo porque podría
tratarse de una conveniencia cultural; no es totalmente descartable, pero sería
difícil apoyarse en la Escritura y la Tradición de la Iglesia para introducir
esta novedad.
2. El quid de la cuestión no es la
distribución de funciones sociales, sino el significado del sacramento del
orden. El sacerdote no es, ante todo, un animador de comunidad, sino el
representante de Cristo, Esposo de la Iglesia.
Si
se tratara únicamente de funciones sociales, la Iglesia católica debería seguir
la evolución de la sociedad, desde hace al menos un siglo. No habría dejado de
seguir esta dirección, porque lo anticipó en concreto en la vida religiosa,
tanto la contemplativa como la activa. Ya hace mucho tiempo que las hermanas
dirigen escuelas u hospitales, que la abadesa o la priora dirige su monasterio.
Pero
en la fe católica, así como para los ortodoxos, el sacerdote no se define en
primer lugar por lo que hace. Se dice de él que actúa in persona Christi. Es Cristo
quien actúa a través de él.
En
la ordenación, recibe el Espíritu de Cristo para representarle, de manera
suprema cuando celebra la Eucaristía y dice “este es mi cuerpo” o en el
sacramento de la reconciliación cuando dice “yo te absuelvo de tus pecados”.
En
la Escritura, Jesús se presenta a sí mismo como el Esposo de la Iglesia. Ya es
una constante en el Antiguo Testamento: la alianza entre Dios y su Pueblo es
una alianza de amor, una alianza conyugal, con sus deberes y sus
reconciliaciones. En Jesús, Dios hecho hombre, esta alianza se anuda
irrevocablemente.
Es
por algo, que el primer signo dado por Jesús, en el Evangelio según san Juan,
se sitúa durante un banquete de bodas, en Caná. Varios pasajes de los
Evangelios hablan de bodas en las que Jesús es el Esposo. Él mismo se llama así
(Mateo 9,15).
Hablando
del matrimonio cristiano, san Pablo ve en él una imagen de la relación entre
Cristo y la Iglesia. Dirigiéndose a los hombres, san Pablo les pide: “amad a
vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia”. Después de recordar la palabra
del Génesis sobre la pareja humana, san Pablo concluye: “Gran misterio es este,
lo digo respecto a Cristo y la Iglesia” (Efesios 5, 25-32).
Esta
revelación es un tema ineludible. El Catecismo de la Iglesia Católica dice que,
sobre esta cuestión, que “la Iglesia se reconoce vinculada” (nº1577). Una
nación puede cambiar su constitución a su antojo, como ha sucedido en muchos
países en los últimos siglos. No sucede lo mismo en la Iglesia: se entrará
siempre en ella por el bautismo de agua y de Espíritu: siempre se rezará el
Padrenuestro y ningún papa inventará nuevos libros inspirados.
3. Otra cosa es la definición de pastor
entre los protestantes o los evangélicos. Es normal que, entre ellos, la
función se abra tanto a las mujeres como a los hombres.
La
Reforma protestante no reconoce la ordenación de obispos, sacerdotes y diáconos
como un sacramento. Para ellos sólo existe el sacerdocio común a todos los
cristianos, en base a su bautismo. Se trata sólo, en consecuencia, de un
reparto de tareas según los talentos de cada uno y las necesidades de la
comunidad.
Entre
las funciones, la de pastor es importante. Requiere una formación apropiada y
está acompañada por una bendición. Pero el pastor recibe su misión del “consejo
presbiteral”, es decir, de los fieles.
El
pastor no está investido, por tanto, del simbolismo conyugal, con el que el
sacerdote representa a Cristo Esposo de la Iglesia. Desde esta perspectiva,
sería absurdo negar a las mujeres la posibilidad de ser pastoras. Igual que
sería absurdo, en la Iglesia católica, negar a las mujeres que sean
catequistas, directoras de colegio o profesoras de teología.
Hay
que entender bien que la cuestión planteada no concierne a la disciplina
eclesiástica. Es una cuestión fundamental sobre los ministerios en la Iglesia y
sobre lo que Cristo ha querido al instituir a los apóstoles y al prometerles
que estaría con ellos hasta el fin del mundo.
4. La perspectiva de la ordenación de
mujeres es especialmente actual, en un momento en que los intentos se hacen
para confundir los sexos en un solo género.
Nuestra
época tiende a uniformar las funciones sociales, sin distinción de sexo. Este
es el principio de la paridad, que quizás algún día habrá que aplicar en los
dos sentidos, obligando a la magistratura, la enseñanza y la salud a contratar
a tantos hombres como mujeres.
Pero
algunas corrientes de la cultura actual van mucho más lejos negando toda
especificidad masculina o femenina, incluso la biológica, fundiendo a uno y
otro en un único género e instituyendo la equivalencia entre las uniones
homosexuales y las heterosexuales.
Desde
estas perspectivas, negar la ordenación a una persona perteneciente al “género”
humano se convertirá rápidamente en un crimen y puede esperarse que un día la
Iglesia católica vaya a juicio ante un tribunal europeo por discriminación.
La
Iglesia católica cree, al contrario, que la distinción de masculino y de
femenino es un tema de estructura, vital, lleno de sentido para toda la
humanidad. Por eso, recuerda incansablemente el versículo del Génesis, que no
concierte sólo a los judíos o a los cristianos, sino a toda la humanidad:
“Hombre y mujer los creó”.
Suprimiendo
el simbolismo conyugal vinculado al ministerio del sacerdote, la Iglesia
católica avalaría una ideología ruinosa para la humanidad. No lo hará.
5. La situación de las mujeres en la
Iglesia está destinada a evolucionar. Pero valdría más no obstinarse en un
callejón sin salida.
¿Es
satisfactoria la situación actual de las mujeres en la Iglesia católica? La
mayoría de ellas respondería que “no”.
Ejercen
responsabilidades reales, en las parroquias, en las diócesis, incluyendo
funciones antes consideradas como más bien masculinas, como las finanzas y la
gestión. Pero tienen la impresión de enfrentarse, al final, un día u otro, al
autoritarismo de los clérigos.
Hay
por tanto todavía mucho camino por recorrer para descubrir una verdadera
complementariedad. Juan Pablo II escribió mucho sobre este tema, en particular
en la encíclica La dignidad de la mujer. La sociedad civil no es un modelo en
este sentido. Desde hace mucho tiempo, se oye decir que las mujeres harían las
cosas “de otro modo”: todavía no se ha manifestado así.
El
pasaje de la epístola a los Efesios sobre el matrimonio empieza con estas
palabras: “Sed sumisos los unos a los otros”. El mismo Hijo de Dios no ha
reivindicado nada (Filipenses 2,6). Pero la Iglesia católica haría un gran
servicio a la sociedad si mostrara cómo la aceptación de las diferencias pide
humildad pero aporta alegría.
TOMADO:
ALETHEIA
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