EL RINCÓN DE FERNY

martes, 5 de enero de 2016

LIBRO, 53 PREMIOS NOBEL DE FÍSICA Y QUÍMICA CREYENTES

Un libro que ha tratado el tema en 2015 centrándose precisamente en la "élite" es Dios en el laboratorio (Ediciones De Buena Tinta), de Jacinto Peraire Ferrer. El subtítulo explica exactamente qué es lo que cubre: "53 científicos Nobel que armonizaron fe y razón".

En concreto, se trata de 53 científicos que son cristianos de distintas confesiones, o judíos, o musulmanes, o creen en una Mente ordenadora detrás del universo. Para ser exactos, 4 de ellos no obtuvieron el Nobel pero sin duda ameritan para ello (el padre Lemaitre, el venezolano Jacinto Convit, el genetista Jerome Lejeune y el genetista aún vivo Francis Collins).

Entre los seleccionados hay un par de casos discutibles: Einstein creía hasta cierto punto en una Mente ordenadora y negaba con firmeza ser ateo, pero parece que nunca superó un panteísmo muy vago. El japonés Yamanaka, Nobel de Medicina en 2012 por su trabajo con células madre, abre caminos para una medicina ética que no destruye embriones, pero no se aportan datos concretos de su creencia religiosa.

Hay algunos científicos de la lista que han sido fervorosos y practicantes casi toda su vida. Otros han vuelto a la práctica religiosa y a la reflexión sobre la fe en sus últimos años. Para muchos, el deseo por conocer y el asombro al descubrir las maravillas de la naturaleza les han acercado a Dios, al Misterio de lo Trascendente. Para la mayoría, la pregunta sobre Dios es filosófica y las ciencias experimentales no son competentes para abordarla.

"Un científico puede creer en Dios porque tal convicción no es una cuestión científica", explica el norteamericano William Philips, premio Nobel de física en 1997 por su trabajo con láseres. "Una afirmación científica debe ser falsable, es decir, debe haber algunos resultados que, al menos en principio, podrían demostrar que la afirmación es falsa".

"Soy un científico serio que cree seriamente en Dios, como Creador y amigo. Hay tantos colegas míos que son cristianos que no podría cruzar el salón parroquial de mi iglesia sin toparme con una docena de físicos", añadía.

 El Nobel de Física de 1997, William Phillips, se define como "científico serio que cree seriamente en Dios"

Joseph Taylor, astrofísico canadiense que ganó el Nobel de Física en 1993 por descubrir el primer púlsar binario, es cristiano cuáquero, y afirma: "No hay conflicto entre la ciencia y la religión. Nuestro conocimiento de Dios se hace más grande con cada descubrimiento que hacemos sobre el mundo".

Carlos Rubbia, católico italiano que ganó el Nobel de Física en 1984 por los trabajos que llevaron a descubrir el bosón W y Z, explicaba en el diario El País al año siguiente: "No puedo creer que todos estos fenómenos que se unen como perfectos engranajes puedan ser resultado de una fluctuación estadística o una combinación del azar. Hay, evidentemente, algo o alguien haciendo las cosas como son. Vemos los efectos de esa presencia, pero no la presencia misma. Es éste el punto en que la ciencia se acerca más a lo que yo llamo religión”.

Otra personalidad interesante en Dios en el laboratorio es el norteamericano Richard Smalley, premio Nobel de Química en 1996 por su descubrimiento de los fulerenos, y a quien el Senado de EEUU, a su muerte en 2005, consideró “el padre de la nanotecnología”. En sus últimos años Smalley volvió a la práctica cristiana influenciado por la lectura del astrofísico Hugh Ross y el bioquímico Fazale Rana.

Smalley escribió: “El propósito de este Universo es algo que sólo Dios sabe con certeza, pero es cada vez más claro para la ciencia moderna que el Universo fue exquisitamente afinado para permitir la vida humana. Nosotros estamos involucrados de alguna manera crítica en su propósito. Nuestra tarea es percibir lo mejor que podamos ese propósito, amarnos unos a otros y ayudarle a realizarlo”.

Dios en el laboratorio es una recopilación contundente de científicos de “élite” que argumentan por la vía práctica (la evidencia de sus vidas) la compatibilidad entre una cosmovisión deísta y una mente crítica que practica el método científico. Se trata sin embargo de un librito pequeño, de 160 páginas, que al tratar de 53 personalidades apenas puede limitarse a esbozar sus características principales.

Añade además declaraciones de astronautas maravillados por su viaje a las estrellas que se vieron reforzados en su sentido de Dios (enumera entre ellos a Josu Feijoo, Buz Aldrin, Frank Borman, Jim Lovell, Bill Anders, Alan Shepard, James Irwin y John Geen).

Lo hace contrastándolos con la supuesta cita del astronauta ruso Yuri Gagarin desde el espacio (“No veo a ningún Dios aquí arriba”). Sin embargo, hoy sabemos que Gagarin no era ateo, sino creyente, hijo de una fervorosa cristiana ortodoxa, y bautizó a su hija Yelena poco antes de morir en 1968, en una época en que casi nadie -y menos un militar- bautizaba a los bebés. Las famosas palabras (“No veo a ningún Dios aquí arriba”) no aparecen en el registro verbatim de sus conversaciones con la base en tierra.

TOMADO: RELIGIÓN EN LIBERTAD

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