En
estos momentos del curso, nuestros obispos nos están recordando la importancia
que tiene para los padres creyentes el apuntar a sus hijos a la clase de
Religión, a fin que sus hijos reciban en los centros de estudio unos principios
conformes con lo que profesan y creen
sus padres.
He
sido profesor de la asignatura “Religión y Moral Católica” en varios Institutos
de Logroño, muchos años, hasta mi jubilación. Ello ha supuesto para mí verme
envuelto en numerosas polémicas sobre la conveniencia o no de esta asignatura:
En general los argumentos más empleados por mis contrarios eran que la Religión
es una asignatura anticonstitucional, por oponerse al artículo 16 párrafo 2 de
ésta que dice: “Nadie podrá ser obligado a declarar sobre su ideología,
religión o creencias”. En esta línea publicaron en mi tierra un “Manifiesto por
una enseñanza laica” en el año 2000 en que defendían “un modelo laico de
enseñanza, compatible con el carácter aconfesional del Estado que sea el
principal garante en la educación en valores”… “la enseñanza religiosa debe
mantenerse fuera del ámbito escolar”. Y un segundo argumento es que es un
asunto meramente privado y que en consecuencia debe impartirse “en espacios
propios y naturales, en un ámbito personal, familiar y confesional”.
Respondamos:
El principal responsable de la educación de los niños no es el Estado, sino los
padres. No nos olvidemos que la Declaración de Derechos Humanos de la ONU es de
1948, recién terminada la Segunda Guerra Mundial, cuando están recientes las
aberraciones educativas de los nazis, y también de los comunistas, aunque como
ganaron, de eso no se habla. Por ello y porque nadie tiene mayor interés en
educar a los hijos que los padres, la Declaración de Derechos Humanos de la ONU
dice: “art. 26.3. Los padres tendrán derecho preferente a escoger el tipo de
educación que habrá de darse a sus hijos”. Y nuestra Constitución, siguiendo su
estela afirma lo siguiente: “art. 27.3. Los poderes públicos garantizan el derecho
que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y
moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones”. Oponerse a la
Declaración de Derechos Humanos y a la Constitución es una curiosa manera de
ser demócrata. Para los laicistas la escuela debe ser laica, democrática,
gratuita y universal. Pero nuestros laicistas se enfrentan a un pequeño
problema, y es que la enseñanza exclusivamente laica no respeta los derechos de
los padres. Otro argumento evidente: ¿se creen Vds. que si la clase de Religión
hubiese sido anticonstitucional el gobierno del PSOE de Felipe González y luego
el de Zapatero hubiesen tolerado tener en la enseñanza española la clase de
Religión? Sencillamente idioteces, no. Tuve además entre mis alumnos muchos,
cuyos padres no eran creyentes y no creo que nadie pensase que inscribir a sus
hijos en clase de Religión fuese una profesión de fe.
Sobre
el segundo argumento que la religión es un asunto puramente privado que no debe
tener repercusiones sociales, no quiero ni pensar sobre lo que hubiese sucedido
en España si las obras sociales de la Iglesia no hubiesen mostrado su eficacia
en estos años de crisis económica. Benedicto XVI, en su Exhortación Apostólica
“Sacramentum Caritatis”, escrita el 22 de Febrero del 2007, afirma: “El culto
agradable a Dios nunca es un acto meramente privado, sin consecuencias en
nuestras relaciones sociales: al contrario, exige el testimonio público de la
propia fe. Obviamente esto vale para todos los bautizados, pero tiene una importancia
particular para quienes, por la posición social o política que ocupan, han de
tomar decisiones sobre valores fundamentales” (nº 83). Recuerdo que cierto
político afirmó: “No soy partidario de la caridad, porque defiendo la
justicia”, mientras san Juan Pablo II, con más realismo decía: “la experiencia
del pasado y de nuestros tiempos demuestra que la justicia por sí sola no es
suficiente y que, más aún, puede conducir a la negación y al aniquilamiento de
sí misma” (Juan Pablo II, Encíclica “Dives in misericordia”, nº 14).
Por
todo lo dicho, “la Educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la
personalidad humana” (art. 27-2 de nuestra Constitución), y si lo religioso es
una dimensión humana, es algo que debe estar presente en la educación integral
de la persona, al menos para los padres que así lo soliciten, puesto que
también hay que respetar el derecho de aquellos padres que no desean para sus
hijos una formación religiosa.
La
Religión tiene dos aspectos: el vivencial existencial, propio de la catequesis,
es decir mi respuesta vital a los interrogantes más fundamentales del ser
humano, respuesta que debe ser libre y por tanto no puede ser objeto de
coacción. Pero el fenómeno religioso tiene también un aspecto de conocimiento y
de cultura, que hace que pueda hablarse de asignatura de Religión y que ésta
tenga cabida en los planes de estudio de casi todos los países más avanzados.
El conocer la Religión es el único modo de optar libre y razonablemente a favor
o en contra de ella, opción que es una de las más serias de nuestra vida, y que
por tanto hay que hacer con conocimiento de causa. Mientras que de otros temas
la gente comprende que tiene que tener unos conocimientos básicos para poder
hablar de ellos, tal vez la Religión sea el único lugar para muchos donde se
puede discutir desde una total ignorancia. Recuerdo en este punto lo que un
padre no creyente decía a su hijo, que le pedía no ir a clase de Religión:
“¿Cómo seria completa tu instrucción sin un conocimiento suficiente de las
cuestiones religiosas sobre las cuales todo el mundo discute? ¿Quisieras tú,
por ignorancia voluntaria, no poder decir una palabra sobre estos asuntos sin
exponerte a soltar un disparate?
Pedro Trevijano
No hay comentarios:
Publicar un comentario