Hace muchos años Tomás, que realizamos excursiones educativas con nuestros alumnos. Con esta excursión realicé mi última actividad contigo, compañero. Gracias por estos años compartidos, por tu buen hacer y buen ser. He aprendido de un gran MAESTRO.
Comparto el artículo que has realizado de ésta tu última excursión escolar:
Siempre por estas fechas, finales
de octubre o noviembre, solemos visitar
lugares cercanos para contemplar construcciones románicas con los alumnos de 2º
ESO: San Juan de la Peña, Santa Cruz de la Serós, San Pedro el Viejo, Santo
Domingo o San Juan de Duero… Este curso
nos tocó, como dice la canción, “Camino Soria”.
Precipitados por el tiempo para
dar el tema del arte de la sociedad feudal y aprovechando las bondades de la
climatología, desde los departamentos de Religión y Geografía e Historia
programamos esta extraescolar.
Cuando las orillas del Duero se
tiñen de dorados, ocres y rojizos, el
paisaje a San Saturio es muy relajante y aflora la nostalgia del visitante,
como le pasó a nuestro poeta Antonio Machado. Algunos versos están grabados en
las cortezas de los árboles, versos que Machado dedica a su amada Leonor antes
de que languidezca como el olmo seco: poesía sencilla, sin lenguaje rebuscado,
fácil de leer… palabras de esperanza de
que Leonor encuentre la mejoría a la llegada de la primavera.
El paisaje soriano ha inspirado a
poetas: Machado, Gerardo Diego o Bécquer se sintieron atraídos por la ciudad.
Muchos jóvenes se dirigen a San Saturio para manifestar su amor en ese puente
“encandado” o para darse el sí quiero en la Iglesia.
Los alumnos recordarán que San
Saturio, patrón de la ciudad, fue un anacoreta visigodo que se desprendió de su
herencia para dársela a los necesitados, que fue maestro del joven Prudencio.
Prudencio compartió esta pobreza durante siete años, realizó varios milagros y,
más tarde, fue sacerdote y obispo de
Tarazona.
De vuelta a la ciudad visitamos
la iglesia y el claustro de San Juan de Duero. La guía nos recordó que Alfonso
I del Batallador entregó esta tierra a los hospitalarios de San Juan. Allí
contemplamos el claustro con columnas de diferentes estilos. Mi intención era que os fijarais en las de
estilo románico, en los capiteles, que observarais el tema representado, el
mensaje que nos transmiten. Dentro de la iglesia observamos los templetes, la
forma que tiene la planta, el ábside y algunas imágenes de los capiteles, cómo
puedan ser las de la Sagrada Familia.
Tuvimos la suerte de contar con
un buen autobús y un buen conductor, Juanjo,
que nos llevaba de un lugar a otro en este día que anunciaban lluvias. Algunas
gotas caían por Soria, pero no las suficientes para aguarnos el día.
En el corazón de la ciudad, nos
sentamos en el aula de Machado, situada en el instituto que lleva su nombre, y
donde dicen que había impartido clases. Pudimos observar en las vitrinas actas
de evaluación, dónde la mayoría de sus alumnos estaban aprobados y un par de
sobresalientes. Esta clase me trae recuerdos de cuando tenía menos de diez
años: mesas reclinadas con tintero y ranura para plumillas, con asientos pareados y abatibles, con
rejillas por donde se caía en barro que llevábamos los chicos en las botas o en
las zapatillas. María, la guía, nos contaba la vida de Machado, que vivió
hospedado en casa de los padres de la que luego sería su esposa, una chiquilla
que apenas contaba 15 años cuándo se casó, pero a que la muerte le llegó
demasiado temprano. Nos leyó dos trozos de la poesía de Machado, aquellos
grabados en las cortezas de los árboles camino a San Saturio.
Siguiendo con nuestra visita
llegamos a la iglesia de Santo Domingo,
lugar de culto y oración por lo que tuvimos que entrar en silencio. Pero
lo que más nos interesaba estaba fuera: Esa bonita portada románica, con sus
cuatro arquivoltas con temas de la anunciación, del nacimiento, pasión y
resurrección de Jesucristo, la matanza de los inocentes, los músicos
ancianos, la creación del hombre, el
pecado original…; el tímpano, con esa representación curiosa del Pantocrátor
que sostiene a su Hijo y en la parte superior está representado el Espíritu
Santo, el misterio trinitario; los detalles en los capiteles en las jambas… El
simbolismo del arte románico, el mensaje cristiano por medio de esas Biblias de
piedra dirigidas a un pueblo analfabeto.
Llegó la hora de la comida. Dónde
mejor que en el centro comercial, un espacio abierto y sin peligros. Recuerdo que cuando salía del autobús con
Fernando y Juanjo, algunos de vosotros ya habíais entrado al centro comercial.
Por la tarde nos tocaba recordar
la historia de un pueblo celtíbero, los numantinos. Sobre una maqueta que había
en el museo, se nos explicó cómo era el poblado de Numancia, el motivo que tuvo
Roma para atacarlo y sitiarlo. Vimos cómo vivían en esas casas tan simples pero
tan bien diseñadas: un fuego central sin chimenea calentaba el habitáculo; las
ramas se cubrían de hollín para hacer ese tejado impermeable al paso del agua
de lluvia; tenían espacio para el esparcimiento y para pequeños trabajos
artesanales. En otra parte del museo nos explicaron el ritual funerario, de
cómo se disponían a la hora de entregar su alma antes de proceder a la
incineración. Aprendimos también que esta civilización creía en divinidades,
que adoraban a las fuerzas de la naturaleza, que tenían a la diosa Epona,
representada por un caballito, como
diosa de la fertilidad, de la curación y de la muerte, de los caballos…
Después de un tiempo libre,
alrededor del parque, subimos al autobús que nos llevaba de vuelta a Calamocha.
En fin, un día muy bonito, el último viaje que hago
con vosotros. Espero que os haya servido como diversión, pero también como
aprendizaje.
Tomás Ángel Saura Pérez
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