Hoy, último día del año,me apetece reflexionar sobre un asunto que, para mí, nos habla de la sociedad que estamos generando y los valores que de ella se derivan.
Hace unos meses un sacerdote español, miembro de la orden religiosa de San Juan de Dios se contagió de la terrible y mortífera enfermedad del Ébola. Fue traído a España y desgraciadamente murió a los pocos días. Poco después, a otro misionero español miembro de la misma orden religiosa le ocurrió exactamente lo mismo. Ambos se habían infectado después de trabajar durante muchos años como médicos en hospitales que tiene la orden en África, donde asisten a millones de personas.
Algunos medios de comunicación y personas criticaron que se hubiese traído a los misioneros alegando los gastos que suponen y por el peligro de contagio. Esto ocurrió cuando una auxiliar de enfermería se contagió del Ébola por asistirles.
Una periodista catalana llamada Pilar Rahola, escribió un artículo en el periódico de la Vanguardia que rompía con la opinión generada y que los cristianos no estamos acostumbrados, y menos, de una persona y trayectoria como ella. Lo transcribo por su contenido políticamente incorrecto y agradecido por la labor de la iglesia en el mundo.
LA CARIDAD, DE
PILAR RAHOLA EN LA VANGUARDIA
San Agustín: “En
las cosas necesarias, unidad; en las dudosas, la libertad; y en todas, la
caridad”
A pesar de que lo
políticamente correcto es hablar de solidaridad, sobre todo porque la izquierda
se siente más cómoda con este concepto que le suena a laico, lo cierto es que
la caridad, en su sentido cristiano, es la base de toda solidaridad.
Personalmente, quizás porque he sido lectora de Las confesiones de san Agustín
(aconsejo la traducción catalana de Miquel Dolç en la Bernat Metge), creo que
la caridad es un concepto que los engloba todos, porque implica empatía,
entrega y sacrificio. El propio san Agustín lo expresó en una frase que es todo
un tratado ético e, incluso, podría ser un tratado político: “En las cosas
necesarias, la unidad; en las dudosas, la libertad; y en todas, la caridad”.
Sin embargo, en
parte por los abusos que la imposición dogmática de la Iglesia representó
durante siglos, en parte por el dogmatismo que también palpita en muchas
ideologías de progreso, el concepto de caridad fue quedando obsoleto e,
incluso, se consideró retrógrado. Y fue así como, en un pispás, después de
siglos de gentes de Iglesia practicando la caridad por el mundo, pareció que
esta, renombrada como solidaridad, era un invento de la izquierda. En el relato
del progre cabían los médicos sin fronteras, las oenegés, los periodistas con
su cámara al hombro, pero no tenían cabida las monjas y sacerdotes que habían
llegado antes que cualquiera, jugándose la piel en las heridas abiertas del
mundo. Lo políticamente correcto no podía aceptar la solidaridad con la cruz al
cuello, porque les rompía demasiados esquemas.
Lo cual es,
además de una estupidez, una gran injusticia porque el mundo es mejor por esa
cantidad ingente de personas, cuya fe en Dios las ha impelido a dedicar la vida
a los demás. Muchas de ellas en las esquinas más rotas del planeta, viviendo en
condiciones infrahumanas, arriesgando la vida diariamente. Y muchas de ellas,
muriendo. La última ha sido el misionero Manuel García Viejo, víctima del voraz
y letal ébola que está sangrando las entrañas de África. Ha muerto en Madrid,
después de haber sido repatriado desde Sierra Leona, donde dirigía un hospital.
Pocas semanas antes había muerto otro sacerdote de la misma orden, Miguel
Pajares, que también dedicó su profesión, su esfuerzo y su tiempo a las zonas
más castigadas del continente negro. Su último destino, Liberia. Y si
hiciéramos la lista completa de los sacerdotes y monjas que dan su vida al
prójimo sin otro objetivo que vivir su fe como un servicio, necesitaríamos
mucho papel. Son gentes de fe cuya fe da luz a las tinieblas, iluminando las
zonas oscuras del mundo, allí donde habitan el olvido y la desesperación. Sirva
este humilde artículo para expresar un hondo agradecimiento y una profunda
admiración hacia todos ellos, creyentes cuyo Dios tiene alma humana. Retorno a
san Agustín, y es palabra de santo: “Donde no hay caridad, no puede haber
justicia”.
A continuación, pongo un extracto del comunicado de Teresa Romero que, para muchos, ha pasado desapercibido.Es muy iluminador.
" Estoy aquí para dar gracias a Dios... Doy gracias a Dios y a Santiago apóstol por devolverme la vida... Si Dios hizo el milagro sin duda se sirvió de mis compañeros (médicos)... Si mi sangre sirve para curar a otros, aquí estoy. Lo mismo hizo la hermana Paciencia (religiosa que dio su sangre para que Teresa se curara) a quien desde aquí le digo que estoy deseando verla y darle un abrazo...
Si se puede curar alguien (con mi sangre), aquí estoy para quedarme seca. Me ofrecí voluntaria a ayudar aún de poner en riesgo mi vida y no ha sido en vano."
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