EL RINCÓN DE FERNY

sábado, 18 de junio de 2016

“¿CIENTÍFICOS Y CREYENTES? SON MÁS DE LOS QUE SE CREE”

Habla el investigador jesuita Guy Consolmagno: "muchos me dicen, voy a misa pero no lo digas a nadie".

Fue el primer miembro de una iglesia en ser condecorado, hace dos años, con la Medalla Carl Sagan, el prestigioso premio a la divulgación científica asignado anualmente por la Sociedad astronómica americana en memoria de uno de los más conocidos astrónomos del siglo XX, pero a Guy Consolmagno, 54 años, jesuita, la pasión por la comunicación la respiró desde pequeño, cuando vivía con la familia en Detroit,  Michigan, una pasión que le acompaña aún hoy en su estudio en la Specola Vaticana, que dirige desde el 2015.

Hijo de un periodista, Consolmagno entró en la Compañía de Jesús a los 36 años, justo en el momento en que su carrera de astrónomo estaba consolidada. Estudios de ciencias planetarias en el MIT de Boston y PhD en la Arizona University: era suficiente para que al brillante investigador se le ofrecieran varias oportunidades, pero los designios inescrutables de una vocación religiosa le llevaron primero a pedir un año sabático con el Cuerpo de Paz en África, y al final la elección definitiva con los jesuitas.

“Cuando te trasladaste a la Specola Vaticana ¿advertiste alguna ironía de parte de tus colegas laicos?” le preguntó hace días Summer Ash, directora del departamento de astronomía de la Columbia University en Nueva York.

“A decir verdad, no. En realidad, la reacción más común era la pregunta: ‘¿Tu vas a la iglesia? Yo también, ¿sabes? pero no lo digas a nadie’. De hecho, podría hacer una lista de algunas de las figuras más importantes en el campo de la astronomía que me han hablado de su fe. Diría que el porcentaje de personas que acuden a la iglesia corresponde más a la cultura y a la educación de la que proceden que a su profesión”.

En la entrevista, publicada en el sitio del Smithsonian, el más grande organismo museístico y educativo de Estados Unidos, Consolano explica sus estudios y la relación fe-ciencia, también para deshacer prejuicios tan arraigados como, por ejemplo, la presunta incompatibilidad entre ser científico y creer en Dios.

“En último análisis, no se trata sólo de hacer ciencia, sino de por qué hacemos ciencia. Cuando tenía 30 años me preguntaba: “¿Por qué hacemos esto? ¿Debemos hacerlo por algo más grande que nosotros mismos y más grande que nuestra carrera, o es sólo un trabajo como tantos otros?”.

Para el jesuita es de fundamental importancia no tener miedo a hablar de las propias convicciones con los compañeros de trabajo: no para hacer prosélitos, sino para demostrar que uno puede ser científico o técnico y al mismo tiempo creer en Dios e ir a la iglesia el domingo. Y al mismo tiempo, también dentro de la misma iglesia hay que dar más visibilidad: precisamente porque uno es cristiano, ama la ciencia y la investigación, ambos dones de Dios.

“La teoría del Big Bang no es de hecho un modelo cosmológico de matriz atea, al contrario. Suelo recordar que el Big Bang fue hipotizado al principio por un sacerdote católico belga – Georges Lemaître – y me gusta decirlo. Muchos de los grandes héroes de la ciencia fueron personas profundamente religiosas. De todas las religiones, no solo de una”.

“James Clerk Maxwell (el físico escocés que elaboró la primera teoría del electromagnetismo) fue durante años mi héroe, y era un hombre profundamente religioso, de fe anglicana. ¿Quién lo habría imaginado? Nunca se hablaba en esa época, sencillamente porque no era necesario. La razón por la que el Vaticano hoy tiene un Observatorio propio es la de demostrar al mundo que la Iglesia promueve la ciencia, no lo contrario”.

Fratel Consolmagno – uno de los mayores expertos en el mundo sobre meteoritos – promovió, entre otras, la Astronomía Workshop: sacerdotes, diáconos y educadores parroquiales son acogidos una semana en el Centro de investigación de Tucson, en Arizona (el “Vatican Observatoty Research Group” fundado en 1981 como sede separada de la Specola de Gastelgandolfo) y pueden dialogar con los astrónomos. Estas personas vuelven después a sus parroquias o a su casa y cuentan su experiencia.

“La esperanza – augura el jesuita – es que a través de estas personas, la gente aprenda que la astronomía es algo maravilloso. Y que el Vaticano promueve todo esto. Porque no es verdad que haya que ser contrario a la ciencia para ser buenos cristianos, todo lo contrario. Y esperamos que esto tendrá un efecto multiplicador, ya veremos”.

“Hay una razón más profunda – declaraba en el momento de su nombramiento como director, hace dos años – el universo físico es la manera que Dios tiene de comunicarse con nosotros. Dios se revela en las cosas que ha creado y nosotros estamos llamados a estudiar las cosas que ha creado, para llegar a conocerle mejor. Personalmente, cuando estudio el universo físico y la manera como funciona, siento alegría, la misma alegría que siento en la oración: la presencia de Dios”.

A propósito de este artículo de Aleteia, os dejo un enlace magnífico sobre   la cantidad  de intelectuales creyentes:


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