Me encontré el otra día, con este artículo sobre la persecución y asesinato que se está dando contra los cristianos y otras personas de buena voluntad, por parte de fundamentalistas y el repugnante silencio que hay al respecto en el primer mundo. Leedlo.:
¿Cuándo
es relevante un asesinato? A la vista de los acontecimientos, lo ignoro.
Siempre he creído que un asesinato es igual de reprobable sea quien sea el
asesinado y sea quien sea el asesino. El terrorismo es una enfermedad mental,
no tiene explicación, no tiene justificación alguna y no puede quedar impune en
función de quien sea el sujeto que lo provoca.
La
tragedia de Charlie Hebdo conmocionó al mundo que se echó a la calle
reivindicando lo irrenunciable de una vieja conquista liberal como es la libertad
de expresión. Sin duda, no faltó gente que entendió estos asesinatos como una
dura metáfora que debía hacernos reflexionar sobre los límites de la libertad
de expresión, pero esos que consideran el axioma «yo te insulto, tu me matas»,
como entendible aunque no justificable, afortunadamente no tuvieron la
relevancia que hubiesen deseado.
No
obstante, en menos de veinticuatro horas, eran asesinados en un supermercado
kosher cuatro judíos precisamente por serlo. La cobertura informativa a este crimen fue menor
y basta preguntar a cualquier persona por la calle acerca de los avatares de
los referidos crímenes para cerciorarse de esta hipócrita y lamentable
diferencia en el tratamiento informativo. El día que se asesinó a
aquellos judíos la reivindicación de la libertad de cultos no estaba en la
agenda de esos defensores de los Derechos Humanos a tiempo parcial y con
contrato precario.
Recientemente me
despertaba en Madrid leyendo como titular destacado el vil asesinato de 147
estudiantes en una universidad keniata a manos de un grupo yihadista que se
ensañó especialmente con aquellos que profesaban la religión cristiana. Sentí
repugnancia por ciertos medios de comunicación que defienden los Derechos
Humanos en función del asesinado y que apenas dedicaron unas líneas en su
portada a este hecho.
Estos
keniatas, que han muerto por su Fe, no tendrán más reconocimiento que la, esta
vez sí, firme condena del Papa y su acertada alerta contra esa taciturnidad con
la que muchos cristianos han observado cómo sus hermanos eran vilmente
asesinados por la misma Fe que ellos dicen profesar. No sólo esto, el mismo
Occidente que se movilizó para llenar París apenas ha dedicado unos minutos a
la condena del atentado en Kenia.
Hace
unos días hablaba con un buen amigo mío, cuya familia había sido víctima del
terrorismo etarra, que me decía que era muy fácil hablar de ETA desde Madrid.
Es muy fácil inventarse argumentos jurídicos para excarcelar etarras y es aún
más fácil hablar de la unidad de España desde esa bonita excedencia en La
Moncloa como la que goza nuestro Presidente desde que abandonó la oposición.
Opino
que ese argumento es muy extrapolable a estos viles asesinatos. ¡Qué
fácil es exaltar nuestra Fe en una procesión desde el Paseo de Pereda!, ¡qué
fácil es hablar de Dios desde el barrio de Salamanca! pero ¡qué belleza heroica
y trágica entraña ser cristiano en Kenia! o en tantos otros sitios
donde no ya defender públicamente o predicar sino practicar el cristianismo es
delito que se paga con la muerte. ¿Quién se acuerda de estas personas?
No
pido que vayamos a Kenia para demostrar si somos buenos o malos cristianos. Sólo
pediría que aquellos que murieron por una idea pacífica, simplemente por
defenderla, la compartamos o no, al menos no caigan en el más vomitivo de los
olvidos. Existen en la actualidad muchos mártires de la libertad de los que
ni siquiera tenemos noticia.
Se
habla de la muerte de Jesucristo y se nos presentan toda clase de iconografías
sobre tal muerte, quizá en términos históricos, la más relevante de nuestra
Historia. A mi personalmente, todo ese simbolismo e iconografía, me enerva y
cansa por lo sobrecargado de su contenido y lo petulante de sus promotores.
No
obstante, a pesar de mi huida de todo tipo de simbolismo, a pesar de la escasa
cobertura que se ha dado a estos asesinatos y a tantos otros perpetrados contra
cristianos por su Fe; yo hace unos días, en la cara de aquellos
keniatas vilmente asesinados, cristianos o no, en aquellas caras aún
probablemente con olor a pólvora quemada y cubiertas de sangre, pude ver, quizá
por vez primera, la Cara de Dios.
Enrique
Aznar Nardiz
EL MUNDO 10/abril/2015
EL MUNDO 10/abril/2015
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