Nueve razones a favor
de la clase de religión
1ª.- Es un derecho, no un privilegio:
A base de tanta polémica sobre la clase de religión, algunos padres católicos
pueden estar arrastrando una especie de complejo, como si les hubiesen llegado
a hacer creer que la presencia de la clase de religión en la escuela es una
reminiscencia de tiempos pasados, en esta sociedad democrática. Muy al
contrario: se trata de un derecho constitucional, amparado en el artículo 27.3
de la Constitución.
Los padres tienen derecho a marcar la orientación moral y
religiosa de la formación de sus hijos, y las autoridades tienen el deber de
poner los medios para que esto se lleve a cabo. Por si cupiese alguna duda,
bastaría comprobar cómo la asignatura de religión tiene, en el momento
presente, un tratamiento bastante más relevante en la mayoría de los países
europeos que en España.
No estará de más
recordar que el dinero con el que se paga a esos profesores de religión, al
contrario de lo que parece desprenderse de algunas críticas contra la Iglesia, no sale del
bolsillo particular de ningún gobierno, sino del de los propios padres.
2ª.- La clase de religión no es lo mismo que la catequesis:
Son dos cosas distintas, y no cabe argumentar que la opción por una haga
innecesaria la otra. La enseñanza religiosa en la escuela se circunscribe a un
ámbito cultural, mientras que en la catequesis se procura introducirnos en el
seguimiento personal de Jesucristo. Aun a riesgo de simplificar la cuestión,
podríamos decir que la clase de religión y la catequesis se diferencian y se
asemejan, de forma similar a como lo hacen el “conocer” y el “amar”.
3ª.- Comprender la cultura que hemos heredado:
Un joven español no podrá entender la pintura, la música, la escultura, la arquitectura,
la filosofía, la historia, la política, el folclore, las tradiciones… si no
conoce en profundidad los fundamentos de la religión católica. Y lo mismo
cabría decir, en un nivel más genérico, de una comprensión mínima de las demás
religiones, para poder asomarnos a esta “aldea global” en la que vivimos.
4ª.- Frente a la fragmentación del saber, necesitamos una
cosmovisión: Hoy en día existe una gran “parcelación” en el
saber humano, acompañada de una sobreacumulación de datos, tanto en las disciplinas
científicas como en las humanísticas. Se trata de una fragmentación que ha
contribuido notablemente a la proliferación de crisis de identidad cultural, de
valores, de tradiciones…
Con frecuencia se
recurre a la mera explicación de que esa fragmentación es fruto inevitable de
la especialización en el saber, olvidando que la exclusión del hecho religioso
también nos está dificultando la integración de todos estos conocimientos en
una sabiduría global.
5ª.- La religión responde al sentido de la existencia:
Una enseñanza global debe responder a las preguntas clave sobre el sentido de
nuestra existencia. ¿De qué me sirve conocer la evolución del Universo, si
nadie me explica por qué y para qué estamos en esta vida? ¿Cómo podemos
fundamentar los derechos del ser humano sin dar razón de la diferencia esencial
entre el animal irracional y el hombre espiritual? ¿Cabe hablar con optimismo
de los avances científicos y de la sociedad del futuro, si no tenemos
fundamentada nuestra esperanza en el más allá de la muerte?...
6ª.- Más que el rechazo a la religión, el problema es la
ignorancia religiosa: Para poder rechazar algo, primero hay
que conocerlo. Hoy en día, muchos reniegan de una religión que no han conocido,
y sobre la cual solamente se les han transmitido determinadas leyendas negras.
El nivel de ignorancia
en materia religiosa ha crecido tanto que, hoy en día, no podemos ni debemos
dar nada por supuesto; es necesario comenzar por los fundamentos básicos.
Recuerdo el caso de un joven español, de unos 25 años de edad, quien tras
observar la procesión del Corpus Christi por las calles, preguntaba por qué el
sacerdote caminaba mirándose de continuo a ese “espejo”…
7ª.- La materia religiosa interesa al hombre de hoy:
No es cierta la suposición de que el hombre moderno no sea religioso. De hecho,
la ignorancia religiosa tiende a crear continuos mitos y sucedáneos del hecho
religioso. Cuando dejamos de creer en Dios, tendemos a creer en cualquier cosa.
El fenómeno de la
proliferación, en los últimos años, de novelas esotérico-religiosas, al estilo
del Código Da Vinci, es bien
sintomático. ¡Cuántos se aprovechan del desconocimiento de muchos católicos
sobre su fe y sobre la historia de la Iglesia, para confundir la realidad con la
ficción! La ausencia de conocimientos básicos hace difícil distinguir entre lo
que son fábulas, fantasías o ataques a la historia y a los valores de la Iglesia.
El fenómeno de tantas
novelas y películas centradas en lo sagrado y misterioso, denota que el hombre
moderno sigue siendo religioso, pero también demuestra que su ignorancia
religiosa lo hace más manipulable que nunca; hasta el punto de ponerse a merced
de quienes pretenden que se posicione siempre en contra de la Iglesia Católica.
8ª.- Diálogo interreligioso:
Somos sobradamente conscientes del grave problema que la paz mundial tiene con
el fundamentalismo islámico. Cada vez vemos con más claridad que la estabilidad
internacional, e incluso nuestra convivencia con tantos inmigrantes, necesita
estar sustentada en el diálogo interreligioso. Ahora bien, sólo puede dialogar
quien tiene conciencia y conocimiento de su punto de partida. De lo contrario,
más que a una “alianza de civilizaciones”, estamos abocados a la desaparición
de la nuestra.
9ª.- Educación moral: Está claro que una
educación integral debe incluir la dimensión moral. De poco servirán la
acumulación de conceptos en la enseñanza, si no hay un espacio específico en el
que se eduque en comportamientos morales como la sinceridad, solidaridad, justicia, respeto,
generosidad… He aquí otra dimensión esencial de la asignatura de la religión:
la moral.
Hasta la reforma
educativa de hace tres años, la asignatura de religión era evaluable y tenía la
ética como alternativa de libre elección. Los padres, la Iglesia y la gran mayoría
de los sectores sociales, entendían que aquélla era una solución justa. Existía
la posibilidad de elegir entre una enseñanza moral confesional o una ética
aconfesional. La gran pregunta es: ¿Por qué se derogó algo tan razonable que
funcionaba bien? ¿Por qué cada reforma supone, en la práctica, una vuelta de
tuerca más, en orden a un progresivo arrinconamiento?
¡Valoremos la clase de
religión! Es un derecho para los ciudadanos, es un deber de conciencia para los
católicos, es una necesidad para la felicidad de nuestros hijos y es buena para
la sociedad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario